Yo tengo una vida linda: ruda, difícil, pero hermosa. Mi padre solía decirme que a veces nos toca navegar en cáscara de nuez o en grandes buques, pero el timón es el mismo. Aunque, en este caso, la capitana sí es diferente. Ella cuenta que su vida es un antes y un después de aquel oso que rescató del circo y al que puso por nombre Invictus, ya que reflejaba su vida: él era el amo de su destino y el capitán de su alma.
Pero Erika Ortigoza, titular de la Comisión Estatal de Biodiversidad, comparte con Invictus mucho más de lo que tal vez ella misma ha considerado. Es una historia que se cuenta ahí, en el poema Invictus de William Ernest Henley.
No solo ha sido sobreviviente de cáncer en dos ocasiones, también lo fue del cáncer de su madre Marina y de la enfermedad de Toño, su padre, a quien cuidó como su amiga, su hija, su terapeuta y su madre. Enfrentó meses de angustia por su hijo, así como aquellos días en los que tuvo que abrirse brecha siendo apenas una niña activista.
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Pero más allá de esto, ella es una mujer buena; así se define. Erika es feliz y recuerda esos años de su niñez en la Ciudad de México, de donde es originaria, del departamento que compartía con sus padres y sus tres hermanos en la colonia Valle de Aragón, en Nezahualcóyotl.
Con una memoria extraordinaria, puede decir los nombres de cada uno de sus maestros y cómo fue su profesora de tercer año de primaria, Xóchitl Hideroa, quien dejó una huella en su corta edad.
En esa época, enfrentó conflictos con su físico: “Era gordita”, dice, recordando cómo una dieta estricta llamó la atención de su maestra, quien le enseñó que la vida es más que un número en la báscula.
En la secundaria, su activismo comenzó al darse cuenta de que los animales no tenían voz. Durante una clase de biología, al diseccionar una rana, comprendió que podía ser la voz de los que no la tenían. Allí también descubrió su amor por la poesía y la oratoria.
El tiempo pasó, y como el dinero en casa escaseaba, acudió a probar suerte al Congreso de la Unión. La suerte estuvo de su lado al poner en su camino a Carmelita, una de las secretarias que la recibió. Así fue como entró a las oficinas de los diputados, donde apoyaba con trabajos administrativos. En esos años, también le encargaron hacer la tesis del entonces coordinador del estado de Querétaro en la 56ª Legislatura, José Manuel García. “Él podrá decir que no es cierto, pero los dos sabemos que sí ocurrió”.
Posteriormente, trabajó con Héctor San Román, con Aguilar Zinzer y con Óscar Cantón Zetina. Fue con este último, quien presidía la Comisión de Medio Ambiente, con quien colaboró de cerca en la Ley General de Vida Silvestre. Allí conoció a Julia Carabias y entendió que lo suyo era la defensa de la vida silvestre.
Sin una carrera alineada a sus sueños, estudió derecho. Durante un tiempo, pensó en ser policía antinarcóticos, ya que en la escuela la llevaban a presenciar operativos de alto impacto. Incluso presenció de cerca la detención de Joaquín “El Chapo” Guzmán.
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La vida corría a la par, y Erika entonces se casó con su novio Benjamín Merino, con quien procreó a su hijo Benjamín. En esos años se trasladaron a Hidalgo, donde ha escrito otra parte de su historia.
Es en esta entidad donde el destino la llevó a ser candidata en dos ocasiones a diputada local y diputada federal por el Partido Verde. Estas elecciones la llevaron a obtener una curul y también a ser una de las primeras “Juanitas”, ya que su lugar fue ocupado por el entonces dirigente de este partido, Cristian Pulido.
Pero su vida ya estaba escrita. Como titular de la Unidad de Rescate, Rehabilitación y Reubicación de Fauna Silvestre, un lugar que la marcaría para siempre, enfrentó un caso que cambiaría su vida: una denuncia sobre el maltrato a un oso en un circo en Yucatán. Los medios señalaban: “Con unas pinzas mecánicas, el dueño del oso prensó cartílago, hueso y piel para destrozarle casi por completo la mandíbula. Esa misma noche, con la lengua amoratada, hediendo, con sangre y baba, dio el espectáculo”.
Erika no lo dudó un momento y acudió a su rescate. El animal, a quien llamó Invictus, conoció durante nueve meses el amor y el cuidado, pero el maltrato que sufrió durante 14 años derivó en su muerte. Él abrió las jaulas a los animales y logró que los circos en México dejaran de usarlos como espectáculo.
Pero fue ella quien, en ese momento, se convirtió en la voz y mostró a México el terror que viven los animales. En estos años, a través de su fundación Invictus, en honor a ese ser que sufrió toda su vida, ha logrado rescatar a 1 millón de animales, rehabilitar a 800, liberar a 300 y reubicar a 270 en santuarios.
“Más allá de ese lugar de cólera y lágrimas, donde yace el horror de la sombra, la amenaza de los años me encuentra, y me encontrará sin miedo”. Reza Invictus. Así fue el oso, y así es Erika: la activista, la niña a quien corrieron del kínder y la mujer que dice que el cáncer no ha sido lo más difícil de su vida, porque eso fue una circunstancia. Lo difícil es lo que uno escoge, y ella optó por la defensa de los animales.
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