Desde que fue anunciada dentro de la selección oficial del Festival Internacional de Cine de Cannes, Emilia Pérez llamó la atención de más de uno; debo reconocer que cuando escuché sobre un musical de narcos situado en México, esperaba mucho, muchísimo. Era una premisa que prometía ser demasiado. La película ganó fama y prestigio, además de una palma de oro por las actuaciones femeninas en ese festival.
De pronto, todo mundo decía que esta película iba a llegar muy lejos en la temporada de premios venidera y, después de las 10 nominaciones en los Globos de Oro y ese premio a la mejor comedia o musical, se puede pensar que Emilia Pérez tiene cabida en el Oscar, incluso ganar mejor película (Diosito nos agarre confesados).
¿Qué podía salir mal si Jacques Audiard, director detrás de una obra como Un prophète, había experimentado un poquito con la cultura mexicana y le había puesto música? Claramente solo teníamos una de las dos caras de la moneda de esta producción que sobra decir que ha dado de qué hablar en los últimos días. Después del escándalo de Eugenio Derbez y las declaraciones hacia la actuación de Selena Gomez, que sale en esta película, la curiosidad se despertó más, pero casualmente México es el último de los países en los que se estrenará.
¿Qué podemos decir de la multinominada cinta que no se haya dicho antes? De entrada sí, Emilia Pérez es una mala película. La idea que tuvo Jacques Audiard era buena; podría decirse que se acercaba a ser provocadora e irreverente, pero fue tremendamente mal ejecutada. Así que mejor nos vamos a encargar de mencionar qué pecados cometió este director francés con su elenco plagado de estrellas internacionales y solo una mexicana, la cual sale como en el 40% de la película, el guión que parece lo hicieron en ChatGPT o Google translate y la poca o nula investigación que hizo acerca del país en donde iba a retratar su obra. Esta vez sí hay uno que otro spoiler.
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Vámonos primero con la forma tan inverosímil de retratar al país y su cultura; no vamos a mentir por convivir, ni a descubrir el hilo negro del cine mexicano, ni mucho menos a negar la cruz de nuestra parroquia: México ha tomado sus propios problemas y crisis humanitarias y las ha plasmado en el cine, pero de una manera en la que la cultura, los usos y costumbres y esa idiosincrasia que nos caracteriza están presentes como parte de la narrativa.
No es un secreto, desde tiempo atrás hay ejemplos claros de cómo México ha visibilizado tanto su cultura como sus problemas dentro de una película; ahí están claros ejemplos como Rojo amanecer con la matanza de Tlatelolco; Roma y el halconazo; los gobiernos priístas, panistas y cuatroteístas de Luis Estrada; las burbujas whitexicans de Michel Franco y Gary Alazraki y la violencia contra las mujeres de La civil, Ruido, Sin señas particulares y La caída.
En Emilia Pérez no hay esta relación entre un narco que quiere ser una mujer incluso con la llamada narcocultura, fuera de ese mundo, tampoco es el entorno que los mexicanos viven día a día con el ruido de El fierro viejo, con la naturaleza de un mercado que no tiene wi-fi para conectar una Mac o donde no se sirven vasos de vino, incluso con la cuestión de un juicio en el que la sala parecía todo menos la de un juicio. Los elementos con los que el director juega dentro de la narrativa parecen ser piezas de rompecabezas forzadas a entrar en un lugar en donde deberían de encajar, pero no lo hacen.
Ahora bien, hablemos de lo que fue retratar problemas tan crueles y tan delicados como el narcotráfico o las desapariciones e incluso la violencia contra las mujeres, tres temas fundamentales que dejan al año cifras empapadas de sangre en México, pero que el director nunca supo abordar completamente; se entiende la falta de respeto que simboliza el querer poner a un narcotraficante arrepentido de haber desaparecido a una parte importante de la población mexicana, después de convertirse en mujer y que ahora las quiera recuperar en una especie de insulsa redención; se entiende también esta indignación que algunas personas sienten al ver cómo está retratada la cuestión de las desapariciones en un fragmento que no dura ni media película y que solamente es usada como conductor (mal usado hay que decir), hacia la siguiente parte de la historia de Emilia que es enamorarse de una mujer.
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Luego está la parte de la música, porque vamos a ser honestos, aunque haya personas que no disfruten el género musical, se comprende que cuando hablamos de este tipo de películas es porque las canciones coadyuvan a la narrativa, nos dicen algo acerca de, nos conducen hacia lo que está planteando la línea de la historia. En Emilia Pérez, las canciones se sienten puestas a la fuerza, no tienen una conexión orgánica, a veces se puede sentir como si fuera obligación del director poner una canción mal escrita en cada una de las escenas.
La única canción que está medianamente justificada es “Amor a primera vista” de Belinda con Los Ángeles Azules. Pero las demás están mal escritas, mal traducidas, mal cantadas y muchas veces nos dejan pensando si el director alguna vez se preguntó cuántos modismos, anglicismos, galicismos, tecnicismos y todo lo que conlleva el rico lenguaje en México usamos, de ahí que uno de los pecados principales de Emilia Pérez sea la forma en la que sus estrellas hablaron el español y sí le doy toda la razón a Eugenio Derbez cuando dijo que lo de Selena era indefendible. No es del todo su culpa; el guión es tan malo que de ahí la naturaleza de la propia película y hasta de las actuaciones (con todo respeto a Zoe Saldaña y su Globo de Oro).
Y es tan indignante en cierto punto, que el director y su directora de casting digan que buscaron por cielo, mar y tierra elenco mexicano y no pudieron encontrar a alguien que protagonizara esta cinta, porque México ha exportado actores que han aparecido en muchas películas de Hollywood con papeles tanto buenos como con estereotipos propios de un compatriota y podríamos hacer una lista en la que alguien como Mabel Cadena pudo haber hecho a Rita Castro, alguien como Eiza González pudo haber hecho el papel de Jessie, y alguien como Coco Máxima u otro talento fresco trans, pudo haber sido la propia Emilia Pérez; la cuestión es que tal vez los actores al leer un guión tan bizarro no quisieron meterse en camisa de once varas y representar algo que es totalmente diferente a la realidad que se vive en el país.
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¿Es entonces que solo los mexicanos tienen que hacer películas de México porque son los que conocen tanto su cultura, como sus propias idiosincrasias? El mismo Rodrigo Prieto dijo que la película se sentía tan falsa y sin una investigación de lo que hacían y tiene razón, a veces una novela de narcos y otras una parodia sobrevalorada, eso es Emilia Pérez, con solo dos escenas decentes, ambas casualmente bajo un contexto que no era el de México. ¿Por qué la película está llamando tanto la atención dentro de la meca hollywoodense, cuya credibilidad se tambalea desde hace mucho? Mi teoría es que a Hollywood y a Europa les gustó por la misma razón que les ha gustado otros fenómenos como Bad Bunny y Peso Pluma: exóticos, diferentes a los contextos de esas audiencias, curiosos y con el factor de moda: ser latinos pero con un talento cuestionable. La última opinión la tienen siempre ustedes; mañana se estrena en salas mexicanas y la moneda está en el aire: ¿verla o no verla? He ahí el dilema… y hasta aquí. ¡Corte y queda!
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