Dinorath MotaDinorath Mota

Dicen que somos lo que comemos, lo que vemos y lo que leemos. Pero también somos nuestros ancestros, y Marco Mendoza, diputado y dirigente del PRI, lo tiene claro: de sus raíces nació su amor por la lectura, su anhelo de ser escritor y su vocación política.

De Agustina, su abuela, quien no sabía leer ni escribir, heredó la pasión por la historia, porque —dice— las mujeres no solo bordan con hilo, también tejen la historia de su familia. Y Agustina, con su vida y sus relatos, hilvanó en él el sueño de escribir.

Marco se define como un soñador, y sueña con que, a través de la cultura y la educación, algún día esta nación pueda ser diferente. En la página 19 de su libro General Felipe Ángeles: Su glorificación, menciona que la infancia es destino, y en su caso, se cumple. Recuerda que sus primeros años transcurrieron en la comunidad de San Lorenzo Sayula, en Cuautepec.

Marco dice ser producto de dos mundos. Su padre, Alfredo Mendoza, originario de Meztitlan, era un ávido lector y amante de la cultura; su madre, María Bustamante, de Santa Elena Paliseca, tenía un fuerte arraigo a la tierra y la agricultura, enseñándole el valor del trabajo en el campo.

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Hijo único, Marco absorbió los conocimientos de ambos: los libros, las letras, la vida rural y la agricultura marcaron su niñez y adolescencia. Su comunidad carecía de servicios y tampoco había televisión, pero encontró refugio en la biblioteca, donde solicitaba libros prestados. Al llegar a casa de su bisabuela, se sentaba bajo la sombra de un malvón a leer y soñaba con cambiar el mundo.

Las historias de su padre lo marcaron profundamente. Le contaba cómo su abuelo, Serafín Mendoza, luchó en la Revolución con Carranza y llegó a ser coronel en el Ejército Constitucionalista. También fue diputado, lo que llevó a imaginar no solo sus hazañas revolucionarias, sino a seguir sus pasos.

Desde niño, tuvo dos grandes sueños: ser escritor y ser diputado. Y fueron los libros los que le mostraron el camino para cumplir esos objetivos. Crecer en un entorno rural con muchas limitaciones no son un obstáculo para estudiar, y él encontró en la educación pública una oportunidad invaluable. Se considera un producto genuino de la educación pública y rural y siente que estudiar en una telesecundaria ha sido uno de los mayores privilegios de su vida.

Siempre en esa dualidad, puede dar un discurso en el Congreso un día y, al siguiente, montar a caballo. “Mi padre me llevaba los fines de semana a la presentación de un libro o a una obra de teatro clásica, y mi madre me llevaba a cuidar borregas con mi abuelo. Crecí entre esos dos mundos”, relata.

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No proviene de una familia económicamente fuerte, sino más bien modesta, pero sí de un hogar lleno de libros y del privilegio de haber aprendido el valor del esfuerzo y el trabajo. “Me llamo Marco por un tío que fue diputado y Antonio por un bisabuelo que fue tlachiquero. Esos son mis dos mundos. No soy fruto del privilegio económico, pero sí del poder transformador de la educación pública”.

En la vida, dice, hay capítulos difíciles, pero sin duda, uno de los más dolorosos fue la muerte de su padre a los 90 años. Aunque sabía que su tiempo era limitado, su partida dejó una huella profunda. Sin embargo, recuerda con convicción una enseñanza que su padre siempre le repetía: “Una persona íntegra hace lo que debe, aunque nadie lo vea”.

Como ciudadano, hijo, esposo y padre, le preocupa el rumbo del país. Su mayor temor es la seguridad de sus hijos: que su hijo de 17 años salga en su vocho y no regrese a casa, o que su hija de 15 años, al viajar en transporte público, tenga que escuchar que no puede usar una falda corta o un escote porque “la van a violar en la calle”. “Eso me preocupa, como nos preocupa a todos los padres”, afirma.

Instruido por convicción, cree firmemente en la educación. Por ello, ha obtenido tres maestrías, un doctorado y actualmente cursa otra maestría. Uno de sus sueños es estudiar arqueología, algo que planea hacer en el futuro.

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Su familia, dice, es como cualquier otra. Disfrutan salir los fines de semana a recorrer pueblos y probar todo tipo de garnachas. Se considera un buen cocinero, habilidad que atribuye a su abuela, quien le enseñó a preparar una buena salsa en molcajete.

Su mayor objetivo es criar a dos hijos libres, pensantes y capaces de cumplir sus sueños en un país donde, asegura, hasta vivir es difícil.

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