Dinorath Mota

Hay un proverbio que dice: “Quien alimenta a un animal hambriento, alimenta su propia alma”, y en el caso de Luisa Jiménez, es completamente cierto. Ella no solo alimenta: también rescata y da dignidad a los animales. Sin duda, es el hambre de un ser indefenso lo que la mueve, porque hay una promesa que un día se hizo a sí misma: nunca más en su camino un animal moriría de hambre.

“El activismo es duro”, dice, “pero el rescate animal lo es más. Te quiebra”. Y así, en ese mar de historias de animales —algunas malas y otras peores—, ahí está Luisa: una mujer que creció con respeto por los seres vivos y que, sin saberlo (o quizá sí), consagraría su vida a dar voz a quienes no la tienen.

Suscríbete a nuestro canal de WhatsApp y entérate de todas las noticias al instante

Encargada del refugio “La Jauría de Balú”, Luisa mantiene su lucha por el bienestar animal. Recuerda su infancia en Pachuca como la de una niña rebelde, incapaz de ajustarse a las normas, y por ello sufrió violencia en las aulas por parte de sus maestros. El daño fue tal que incluso la amarraban, por lo que sus padres tuvieron que intervenir y sacarla al menos un año del colegio.

Acostumbrada a romper esquemas, la pequeña Luisa creció con el ejemplo de su padre, un transportista que, en sus recorridos por carretera, encontraba y llevaba a casa cachorros indefensos. Así, rescatar animales se volvió una normalidad. La del sándwich de tres hermanas, su camino estuvo marcado por la docencia… y los animales.

SIGUE LEYENDO: En el día lleva la penitencia: nació el Día del Trabajo y, desde entonces, no ha parado. La intensa vida de Roberto Pedraza.

Foto: Dinorath Mota

Su mala experiencia escolar la llevó a querer ser maestra, con el propósito de que ningún niño, como ella, sufriera bullying al menos bajo su cuidado. El rescate animal, ya con plena conciencia, llegó alrededor de los 16 años, cuando vio a una vecina arrojar un ladrillo a un perrito. Ahí supo que algo tenía que hacer.

Todo tomó rumbo el día que, en un centro comercial, encontró a una joven que lloraba por no poder alimentar a un grupo de perros, que se encontraban en un terreno baldío. Se acercó a ella y, pronto, estuvo metida en la lucha. Ahí nació La Jauría de Balú.

“Balú era un perro que, literal, era el líder de la jauría. Todos comían hasta que él acababa y los mantenía a raya”, recuerda. Con el tiempo, su compañera abandonó la causa y ella quedó al frente. Entre el trabajo, la escuela y el refugio, dice, ha sido una mujer ausente para sus seres queridos.

Eso incluso le ha dificultado encontrar pareja. Pero la vida requiere sacrificios, y si Balú no se hubiera cruzado en su camino, quizá hoy estaría en otro país, con una ficha en una universidad española. No lo pensó: Luisa ya era parte de La Jauría de Balú y España se convirtió solo en lo que pudo ser.

Durante algunos años, en esta lucha tuvo cómplices como su abuelo, amante de los animales y los libros, quien le enseñó el respeto hacia ellos. También le inculcó que para defenderlos debía conocer el derecho. Así que, cuanto libro jurídico ha caído en sus manos, lo ha leído por necesidad. Pero en sus planes está estudiar la licenciatura en Derecho.

TE PUEDE INTERESAR: Con el corazón en San Mateo y los pies en las urnas

¿Cómo sobrellevar el dolor de ver el maltrato animal, la brutalidad que se ensaña con ellos? Hay noches, dice, en que sueña con ello. Algunos casos la rompen. Pero también hay otros por los que todo ha valido la pena. Mientras tanto, Luisa baila, toma terapia y acude a conciertos; son sus pasatiempos favoritos, además de la pintura.

Entre los recuerdos que duelen, hay uno en particular que aún la hace derramar lágrimas: ocurrió en Tizayuca, donde vecinos de un edificio asesinaron a otros del departamento de abajo, quienes tenían tres perros y un gato. El departamento quedó bajo resguardo, y dentro, bomberos y policías dejaron a los animales. Después de mucha insistencia, se abrió el lugar: rescataron a tres perros, pero no al gato. Un mes después, tras más exigencias ignoradas, Luisa y una amiga rompieron la puerta para entrar. Lo que encontraron aún la persigue: un plato vacío de comida, y al lado, sin vida, el pequeño gatito, que murió en espera de poder comer.

Foto: Dinorath Mota

“Ese caso me rompió. Desde entonces me prometí que ningún animal moriría de hambre”, dice con la voz quebrada.

Pero también hay historias donde el activismo vale la pena. Cuenta el caso de un perrito con cáncer, al que logró atender con quimioterapia, pero el dinero se acabó. En una feria de adopción, una persona con recursos lo adoptó, lo curó… y ahora el perro vive en Suiza.

SIGUE LEYENDO: Cynthia Arellano, la presidenta que soñó su destino

Luisa no eligió esta causa: la vida la empujó a ella. Cada quien tiene marcado su destino, y el suyo está unido al de los animales. Por cada uno que ha sido rescatado, hay un pedazo de historia que poco a poco se recompone.

Y si de alimentar almas se trata, Luisa ya ha rescatado y alimentado a más de mil animales gracias a su mano que no fue para golpearlos, sino para darles esperanza de un destino mejor.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *