En el universo del fútbol, donde los reflectores iluminan tanto el césped como la economía, Gianni Infantino ha reinado como presidente de la FIFA desde 2016, moviendo piezas con una precisión que huele más a interés que a balón. Su mandato, presentado como una renovación tras el escándalo que derribó a Sepp Blatter, ha estado marcado por decisiones que, aunque envueltas en discursos de inclusión, parecen guiadas por el brillo del oro.
En el centro de este ajedrez, la figura de Lionel Messi, el genio argentino, no solo es un imán de títulos, sino también de dólares, y su cercanía con Infantino levanta suspicacias sobre cómo se ha moldeado el rumbo del fútbol. Esta columna explora las decisiones de Infantino, su vínculo con Messi y, al cerrar, un recuerdo al contexto brutal que forjó a Pelé, el rey eterno, en una era sin tarjetas ni piedad.
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Infantino, un suizo-italiano con olfato para la política deportiva, escaló desde las oficinas de la UEFA hasta el trono de la FIFA, aprovechando el caos de 2015 para presentarse como el salvador del fútbol.
Pero sus movimientos siempre han tenido un trasfondo económico. La expansión de la Copa del Mundo a 48 equipos para 2026, por ejemplo, se vendió como una “política conveniente” a las naciones pequeñas, pero los números cuentan otra historia: la FIFA espera ingresos adicionales de 1,000 millones de dólares por torneo, según sus propios informes financieros de 2023. Más partidos, más sponsors, más transmisiones. Infantino, con su sonrisa diplomática, sabe que el fútbol es un negocio, y él es el CEO.
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La relación entre Infantino y Messi es un capítulo fascinante. Desde su llegada a la FIFA, el presidente ha sabido capitalizar la imagen del argentino, cuya marca personal genera millones en contratos con gigantes como Adidas y Gatorade. En 2016, cuando Messi enfrentaba un juicio fiscal en España y amenazaba con dejar la selección tras la Copa América, Infantino lo respaldó públicamente en una rueda de prensa en Zúrich, llamándolo “un tesoro para el fútbol”. No era solo admiración: Messi es un activo comercial.
Ese mismo año, la FIFA firmó acuerdos con Qatar, un país que, casualmente, había nombrado a Messi embajador de turismo. El Mundial de 2022, organizado en Doha, fue un escaparate donde el argentino no solo levantó la copa, sino que amplificó la marca FIFA, atrayendo patrocinadores como Visa y Hyundai, cuyos contratos se dispararon en valor.
Otro caso curioso es el premio The Best de 2019. Aunque Messi tuvo un año brillante, muchos argumentaron que Virgil van Dijk, pilar del Liverpool campeón de Europa, merecía el galardón. La votación, influenciada por un sistema donde capitanes, entrenadores y periodistas tienen voz, inclinó la balanza hacia el argentino. Los eventos de The Best generan millones en publicidad y derechos de transmisión, y nadie atrae más cámaras que Messi. Infantino, consciente de esto, ha mantenido al astro como un aliado estratégico, una decisión que huele a cálculo financiero más que a justicia deportiva.
La influencia de Messi también se ve en las sedes del Mundial 2026. La elección de Miami, donde el argentino brilla con el Inter, no parece casual. Desde su llegada a la MLS, Messi ha disparado el interés por el fútbol en Estados Unidos, atrayendo sponsors y turistas.
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Según un informe de Sport Business Journal de 2024, la presencia de Messi en Miami ha incrementado el valor comercial de la ciudad como sede, con proyecciones de ingresos por turismo y transmisiones que superan los 500 millones de dólares. Infantino, que supervisa la selección de sedes, ha priorizado lugares que maximicen la exposición mediática, y el “efecto Messi” es un imán irresistible.
Otro ejemplo es el Mundial de Clubes ampliado, planeado para 2025. Infantino impulsó este torneo, que incluye a equipos como el Inter Miami, argumentando que “globaliza el fútbol”. Pero los contratos de transmisión, liderados por socios como Apple TV, sugieren otra prioridad: ingresos proyectados de 2,500 millones de dólares, según estimaciones de la FIFA. La presencia de Messi, incluso en un torneo menor, garantiza audiencia y dólares, y su cercanía con Infantino asegura que su equipo esté en el centro del escenario.
Recientemente la IFFHS nombró a Messi como el mejor jugador de la historia, un título que generó revuelo. Aunque su talento es innegable, la decisión huele a estrategia comercial. La IFFHS, que colabora con la FIFA en eventos y publicaciones, depende de patrocinadores que valoran el impacto mediático.
Nombrar a Messi, cuya marca genera millones en contratos con Adidas y Pepsi, asegura titulares y clics, mientras que honrar a Pelé, un ícono de una era menos comercial, no mueve la aguja económica con la misma fuerza. Infantino, que ha elogiado públicamente a Messi en múltiples ocasiones, no se opuso a esta narrativa, que refuerza la imagen de la FIFA como promotora del fútbol moderno y lucrativo.
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Mientras Infantino y Messi navegan un fútbol pulido y monetizado, el legado de Pelé, el rey eterno, se forjó en un deporte salvaje. Hasta 1970, cuando Ken Aston introdujo las tarjetas amarillas y rojas tras el caos de la “Batalla de Santiago” (1962) y el escándalo de Inglaterra-Argentina (1966), los jugadores enfrentaban patadas brutales en canchas de tierra, viajando en vuelos de 20 horas sin comodidades.
Pelé, víctima de entradas salvajes en 1966 que lo dejaron fuera del Mundial, brilló en esas condiciones, ganando tres Copas del Mundo (1958, 1962, 1970) y marcando 1,279 goles (cuestionados actualmente por la llamada generación “Z”, que en muchos casos cree solo lo que ha visto y lo demás no existe).
Su grandeza, nacida en la adversidad, contrasta con la era de Messi, cuando el dinero y la diplomacia de Infantino reinan, opacando al verdadero rey con nominaciones que priorizan el brillo comercial sobre la historia. Pelé siempre será el Rey, y los demás estarán siempre debajo de su figura, el fútbol se cataloga, antes de Pelé y después de Pelé.
¿Conoces otro caso donde Infantino priorice el interés comercial al deportivo?
Exacto, pensé en el mismo.