KATHYA MORENO

“El agroturismo es mucho más que una tendencia: es una forma de transformar la relación entre lo urbano y lo rural. Nos permite valorar lo que hay detrás de un taco de barbacoa, un queso artesanal o una planta de maguey. Nos enseña a mirar con respeto al campo, a quienes lo trabajan y a las culturas que lo sostienen….”

Cuando pensamos en turismo, solemos imaginar playas, museos o ciudades coloniales… pero ¿y si te dijera que una parcela, una milpa o un huerto también pueden ser destinos turísticos? En Hidalgo, esto no solo es posible, sino que representa una oportunidad enorme para el campo y sus comunidades. Hablamos del agroturismo: esa hermosa mezcla entre agricultura, tradición y hospitalidad rural.

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Nuestro estado tiene raíces agrícolas profundas. Según el último Censo Agropecuario del INEGI, más del 40 % de los hidalguenses trabaja en el campo. Eso significa que casi la mitad de nuestra gente vive y trabaja conectada a la tierra. Hay más de 574 mil hectáreas agrícolas, de las cuales se siembran activamente más de 450 mil. Cultivamos maíz, alfalfa, avena, cebada, frijol… todo eso que termina en nuestras mesas, mercados y cocinas.

Y aunque el campo es rico, también enfrenta retos: sequías, precios bajos, insumos caros. Entonces, ¿cómo ayudamos? Aquí entra el agroturismo.

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En el Pueblo Mágico de Metztitlán, más del 45 % de su población se dedica a actividades del campo. ¿Te imaginas ir a recolectar tus propios alimentos? ¿O sembrarlos mientras aprendes sobre los ciclos naturales y los saberes ancestrales? ¡Eso es agroturismo!

Los campos magueyeros de Zempoala y Apan no solo son fascinantes a nivel agrícola, sino que también poseen un gran potencial turístico. Ya atraen casas productoras, pero también pueden inspirar recorridos educativos, rutas fotográficas y experiencias “instagrameables” que conecten con la historia y los usos del maguey.

La convivencia con animales de granja, especialmente en la infancia, tiene un alto valor emocional y educativo: fomenta la empatía, genera respeto por la vida, mejora la conciencia de consumo y revaloriza el trabajo en el campo. Además, impulsa el consumo local y responsable, lo cual tiene un impacto directo en la salud familiar y en el entorno.

En Hidalgo ya existen experiencias que integran producción agrícola sostenible, educación ambiental y turismo:

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  • Ex Hacienda Zoquital (Atotonilco El Grande): recorridos por una granja ovina donde se conoce el proceso artesanal del queso mientras se camina entre corrales.
  • Rancho Los Álamos (Tula de Allende): famoso por el cultivo de girasoles gigantes, un espectáculo visual y sensorial.
  • Las Adelitas (Tenango de Doria): cafetales orgánicos, caminatas interpretativas y talleres de cultivo ecológico.
  • Casa Coyotes (Zempoala): experiencias educativas sobre procesos agroindustriales responsables de los derivados del maguey.

Estas iniciativas no solo diversifican los ingresos rurales, sino que también generan empleos, fortalecen el arraigo cultural y promueven una conexión profunda entre visitante y territorio.

El agroturismo es mucho más que una tendencia: es una forma de transformar la relación entre lo urbano y lo rural. Nos permite valorar lo que hay detrás de un taco de barbacoa, un queso artesanal o una planta de maguey. Nos enseña a mirar con respeto al campo, a quienes lo trabajan y a las culturas que lo sostienen.

Hoy más que nunca, mirar al campo con otros ojos es una oportunidad de reconectar, aprender y apoyar a quienes nos alimentan cada día. ¿Te animas a vivirlo?

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