Arranca el torneo. Otra vez con entusiasmo en los aficionados, lucha de las televisoras por ser la mejor transmisión y promesas de los equipos con sus nuevos refuerzos. La Liga MX vive una de sus etapas de mayor exposición mediática y paradójicamente más estancadas. En un escenario donde youtubers y cuentas de análisis al vapor y con filtros se adjudican la verdad, más que los técnicos en la banda, el fútbol mexicano sigue en búsqueda de algo que no termina de alcanzar: la credibilidad.
La temporada inicia la tarde de este viernes con menos ruido de lo normal y sin cambios de fondo. Las decisiones ejecutivas siguen dictadas desde lo alto, pero sin pensar tanto en la cancha. Hay clubes, como el Pachuca, que trabajan seriamente en proyectos de cantera, que invierten en fuerzas básicas, pero el sistema continúa favoreciendo a quienes apuestan por la inmediatez, por “agandallarse jugadores”, usted póngale nombre a esos equipos que tratan de imponer la cartera sobre la cantera, y que solos se autopresionan argumentando “el peso de la camiseta, y las propias exigencias por ser clubes grandes”.
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Las reglas no premian la constancia ni el desarrollo, sino la conveniencia.
La discusión sobre el número de extranjeros siempre será tema… pero solo para ser ignorada. La mayoría de las plantillas rebasan el límite ideal de no formados en México. No se trata de una guerra contra el talento internacional, que abunda sin duda, sino de una simple ecuación: si no hay espacio para los jóvenes locales, tampoco hay futuro para que nuestro país tenga buenas participaciones internacionales. La paradoja es real: se exige una selección con identidad, pero se anulan los procesos que la forjan.
Mientras tanto, el arbitraje deambula como esquivando obstáculos. La polémica no cesa. Las decisiones en momentos clave, el VAR favoreciendo a quien es dueño de las cámaras, los ajustes de calendario a favor del mismo club dueño de todo, como si la temporada pasada no hubiese dejado enseñanzas. No se trata de hechos aislados: hay patrones. Y los patrones, si se repiten con demasiada frecuencia, dejan de ser casualidad.
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En el caso del descenso, nada cambió. Se había prometido una revisión seria, incluso se deslizó la posibilidad de establecer un sistema de promoción gradual desde la Liga de Expansión. Pero una vez más, se optó por la simulación.
La permanencia sigue garantizada para todos, sin importar resultados ni proyectos. En otras palabras: se juega sin riesgo. Así es fácil perder el sentido del juego y la competencia.
El problema no está en los que levantan la voz, ni en quienes generan contenido fuera de las cabinas tradicionales. El problema está en el fondo que no se toca, en las estructuras que no se mueven. México tiene talento, pasión, y afición leal. Lo que le falta es una liga que se tome en serio. Una liga donde el mérito tenga consecuencias, donde la tabla general valga más que una llamada, y donde el espectáculo no tape el vacío.
Empieza el torneo. El balón vuelve a rodar. Pero no se trata solo de quién lo patee mejor, sino de qué tipo de futbol se está construyendo para las futuras generaciones.
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La columna de esta semana la dedico a mi amigo Jorge Martínez, con quien compartí mucho más que redacciones y titulares. Cofundamos juntos, con otros entrañables colegas, aquella aventura llamada Diario Síntesis, sin saber entonces cuánto marcaría nuestras vidas.
Jorge no solo fue un periodista brillante y crítico, fue un ser humano generoso, agudo, de esos que sabían escuchar entre líneas y escribir desde la razón. En sus últimos días, seguimos conversando con el afecto intacto.
Las letras de este escrito también son tuyas, amigo. Como tantas otras que escribimos juntos, y las que nunca se imprimieron, pero quedaron.
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