KATHYA MORENO

“El Acueducto del Padre Tembleque es mucho más que una obra de cantera y cal; es un testimonio de la inteligencia colectiva y de la relación del ser humano con el agua y la tierra. Diez años después de su inscripción en la lista UNESCO, es momento de que su nombre no solo resuene en los archivos de la historia o en los discursos oficiales, sino también en las políticas públicas, en la vida cotidiana de sus comunidades y en la experiencia de quienes lo visitan.”

En julio de 2015, la magna obra hidráulica, Acueducto del Padre Tembleque, fue inscrito como Patrimonio Mundial por la UNESCO, un reconocimiento que validó su valor universal excepcional y lo colocó en el mapa internacional como una joya de la ingeniería hidráulica del siglo XVI. Diez años después, la pregunta es inevitable: ¿qué hemos hecho con ese legado? ¿Se ha capitalizado este nombramiento para el desarrollo cultural, turístico y comunitario de la región, o ha quedado como un título simbólico sin impacto tangible?

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El acueducto, que une los municipios de Zempoala en Hidalgo y Otumba en el Estado de México, no solo es una hazaña arquitectónica levantada con saberes indígenas y europeos, sino también un símbolo de colaboración intercultural en tiempos de la Colonia. Sin embargo, su relevancia no puede limitarse al pasado. Su designación como Patrimonio Mundial debía significar el inicio de una nueva etapa: mayor inversión en conservación, planes de turismo sostenible, impulso económico para las comunidades aledañas y un renovado orgullo local.

Y sin embargo, los retos persisten. La infraestructura turística es todavía incipiente; los servicios básicos para visitantes no están a la altura de un sitio con reconocimiento mundial. A ello se suma la falta de una estrategia clara de promoción que no solo lo muestre como un monumento aislado, sino como parte de una ruta histórica y cultural que conecte a las comunidades del altiplano. El deterioro por factores climáticos y el crecimiento urbano sin regulación también amenazan su integridad física.

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Pero no todo está perdido: el décimo aniversario puede ser el catalizador para reactivar la conversación y priorizar su potencial. Existen oportunidades valiosas si se trabaja de manera coordinada entre los tres niveles de gobierno, la UNESCO, las comunidades locales, el sector turístico y la academia. Se puede consolidar una ruta patrimonial Padre Tembleque, que incluya actividades educativas, recorridos históricos, turismo rural y promoción de saberes tradicionales. La educación patrimonial también debe jugar un rol fundamental para involucrar a las nuevas generaciones en el cuidado de este legado.

El Acueducto del Padre Tembleque es mucho más que una obra de cantera y cal; es un testimonio de la inteligencia colectiva y de la relación del ser humano con el agua y la tierra. Diez años después de su inscripción en la lista UNESCO, es momento de que su nombre no solo resuene en los archivos de la historia o en los discursos oficiales, sino también en las políticas públicas, en la vida cotidiana de sus comunidades y en la experiencia de quienes lo visitan. Su futuro depende de cómo decidamos honrarlo hoy.

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