KATHYA MORENO

What To Know

  • Lejos de ser una práctica frívola, en muchos casos este tipo de turismo puede convertirse en un motor de reconstrucción económica, social y emocional para las comunidades afectadas.
  • No se trata de convertir la tragedia en espectáculo, sino de fomentar un turismo responsable y consciente, que respete el dolor de las comunidades y contribuya genuinamente a su resiliencia.
  • Iniciativas como el “volunturismo” —donde los viajeros participan activamente en tareas de reconstrucción o apoyo social— son un ejemplo de cómo la movilidad humana puede transformarse en una herramienta de bienestar colectivo.

En contextos de crisis, el turismo se reinventa: pasa de ser un lujo a convertirse en acto de empatía y reconstrucción. Quizá sea momento de entender que viajar no siempre implica escapar, sino también acercarse.

Cuando pensamos en turismo, la imagen más común es la del descanso, la belleza del paisaje y la desconexión del estrés cotidiano. Sin embargo, existe una faceta poco explorada y a veces controvertida: el turismo que surge en torno a las catástrofes naturales. Lejos de ser una práctica frívola, en muchos casos este tipo de turismo puede convertirse en un motor de reconstrucción económica, social y emocional para las comunidades afectadas.

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Tras un huracán, un terremoto o una inundación, los destinos turísticos suelen quedar devastados, no solo en su infraestructura, sino también en la moral de sus habitantes. Sin embargo, el regreso paulatino de visitantes —ya sea por curiosidad, solidaridad o voluntariado— puede representar una inyección vital de recursos y esperanza. El consumo en hoteles, restaurantes y comercios locales ayuda a reactivar la economía, evitando que las familias dependientes del turismo queden en la incertidumbre.

Más allá del aspecto económico, el turismo post-catástrofe también tiene un valor emocional y simbólico. Los visitantes que llegan a colaborar, documentar o conocer el proceso de recuperación, envían un mensaje poderoso: no están solos. Este intercambio humano fortalece los lazos comunitarios y genera visibilidad mediática, atrayendo apoyos que muchas veces no llegarían de otra forma.

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Por supuesto, este fenómeno debe manejarse con ética y sensibilidad. No se trata de convertir la tragedia en espectáculo, sino de fomentar un turismo responsable y consciente, que respete el dolor de las comunidades y contribuya genuinamente a su resiliencia. Iniciativas como el “volunturismo” —donde los viajeros participan activamente en tareas de reconstrucción o apoyo social— son un ejemplo de cómo la movilidad humana puede transformarse en una herramienta de bienestar colectivo.

En contextos de crisis, el turismo se reinventa: pasa de ser un lujo a convertirse en acto de empatía y reconstrucción. Quizá sea momento de entender que viajar no siempre implica escapar, sino también acercarse. Porque a veces, cuando una comunidad se levanta entre los escombros, la presencia solidaria de los visitantes puede ser tan necesaria como el aire que vuelve a llenar sus calles.

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