Henry Sevilla

What To Know

  • Conker no es un héroe, es un antihéroe atrapado en un mundo que se desmorona, y ahí radica gran parte de su encanto.
  • Fue el último rugido rebelde de una consola que se despedía, el canto irónico de una generación de desarrolladores que todavía podía arriesgarse sin miedo a las ventas ni a las etiquetas.
  • En el ocaso del Nintendo 64, mientras el mundo se preparaba para dar el salto a la siguiente generación, Rare nos regaló una obra que, bajo el disfraz del caos, escondía una despedida.

Hay juegos que no buscan agradar, sino provocar. Que no pretenden ser recordados por su perfección, sino por su descaro. Conker’s Bad Fur Day es exactamente eso: una locura brillante disfrazada de videojuego. Lanzado en 2001, cuando el Nintendo 64 ya daba sus últimos pasos, Rare entregó una obra tan irreverente y sorprendente que parecía imposible que hubiera nacido bajo el sello de Nintendo. En una época dominada por la inocencia de Mario y Banjo-Kazooie, apareció una ardilla con resaca, mal humor y un vocabulario que rompía todos los moldes.

A simple vista, parecía otro juego de Rare protagonizado por una simpática ardilla; sin embargo, lo que aguardaba detrás de esa fachada caricaturesca era una comedia adulta sin precedentes. Conker’s Bad Fur Day rompió todos los esquemas: humor negro, sátira, violencia exagerada, lenguaje explícito y una infinidad de referencias culturales que lo alejaban radicalmente de la imagen familiar de Nintendo. Era un proyecto tan audaz como insólito, una parodia de los mismos clichés que habían definido a los videojuegos hasta ese momento.

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La historia comienza con una resaca monumental. Conker, una ardilla cínica y egoísta, despierta perdido después de una noche de copas y solo quiere regresar a casa con su novia. Lo que sigue es una odisea delirante por un mundo plagado de situaciones absurdas: soldados osos de peluche, demonios de estiércol y jefes cantores de ópera. Bajo el humor escatológico y las bromas descaradas, el juego esconde una visión sorprendentemente oscura sobre la avaricia, el egoísmo y el sinsentido de la violencia. Conker no es un héroe, es un antihéroe atrapado en un mundo que se desmorona, y ahí radica gran parte de su encanto.

La jugabilidad combinaba plataformas, acción, disparos y resolución de acertijos con una fluidez impresionante. Rare llevó al límite las capacidades del Nintendo 64, creando escenarios amplios, animaciones expresivas y un control preciso que aún hoy se siente satisfactorio. Cada nivel ofrecía una mecánica distinta, desde combates al estilo third-person shooter hasta secuencias musicales o minijuegos completamente fuera de lo común. Esa constante variación mantenía la experiencia fresca, y aunque el diseño a veces rozaba lo experimental, la creatividad era tan desbordante que resultaba imposible aburrirse.

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La música, compuesta por Robin Beanland, es otro de los elementos que convirtió a Conker’s Bad Fur Day en una obra única. Con piezas que mezclaban jazz, marchas militares, baladas paródicas y óperas cómicas, la banda sonora era tan versátil como el propio juego. El tema del “Great Mighty Poo”, una canción operística protagonizada por un monstruo hecho literalmente de excremento, se volvió un clásico instantáneo por su absurdidad genial. Cada escenario tenía su propia identidad sonora, y el uso dinámico de la música ayudaba a reforzar el tono irreverente y cinematográfico de cada momento.

Uno de los aspectos más memorables del juego eran sus parodias. Ningún ícono de la cultura popular estaba a salvo: Matrix, Rescatando al Soldado Ryan, La naranja mecánica, Alien, Terminator… todas recibían un homenaje cómico y desvergonzado. Pero lejos de ser simples imitaciones, cada secuencia funcionaba como una sátira inteligente, una crítica disfrazada de broma. Rare demostró un dominio absoluto del lenguaje cinematográfico y una valentía creativa que pocos estudios se atrevían a mostrar en ese momento.

Quizá Conker’s Bad Fur Day no fue solo un juego malentendido, sino también un símbolo del final de una época. Fue el último rugido rebelde de una consola que se despedía, el canto irónico de una generación de desarrolladores que todavía podía arriesgarse sin miedo a las ventas ni a las etiquetas. En el ocaso del Nintendo 64, mientras el mundo se preparaba para dar el salto a la siguiente generación, Rare nos regaló una obra que, bajo el disfraz del caos, escondía una despedida: una carcajada triste ante el fin de la inocencia.

Hoy, al mirar atrás, Conker’s Bad Fur Day no se siente como una anomalía, sino como un testamento. Un recordatorio de una era donde la creatividad se imponía al cálculo, donde los videojuegos podían ser tan absurdos como brillantes. Tal vez por eso, más de veinte años después, seguimos hablando de esa ardilla irreverente que se burló de todo, incluso de sí misma. Porque en su locura había verdad, y en su humor, melancolía.

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Y en ese extraño equilibrio entre la risa y la despedida, Conker’s Bad Fur Day encontró su lugar: en la memoria de quienes aún creen que el arte del videojuego también puede nacer de un chiste, de una borrachera o de una última gran carcajada antes del final.

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