El good timing de las series en streaming tiene un efecto espuma que genera cosas como fandoms buscando que la historia nunca llegue a su fin, y producciones que se enriquecen tan rápido que una de dos: o cuidan sus narrativas para replicar la primera fórmula de éxito o la descuidan y decae tanto que cuando llega al final, ya no saben cómo terminarla de una manera decente.
En El juego del calamar, pasó algo extraño: se estrenó en el mejor timing de los tiempos contemporáneos para una serie, en plena pandemia del COVID-19, justo cuando el confinamiento nos orilló a caer en las redes de los servicios de streaming, ávidos de contenidos que bloquearan por unos minutos lo que el mundo estaba padeciendo; la propuesta fresca, audaz y adictiva que enganchaba desde el primer episodio a quien la viera.
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Aunque la trama ya se había visto en Battle Royale y Alice in Borderland, el efecto que tuvo El juego del calamar en la audiencia fue superior, escalando a un fenómeno global, dándole las mejores ganancias a Netflix y catapultando a sus protagonistas a la fama.
El plot era lo más interesante: un grupo de personas endeudadas hasta el cuello, reclutadas por un misterioso hombre que les ofrece una salida a sus problemas, todos dirigidos a un lugar en donde hay una especie de competencia, en donde el premio es millonario. El problema viene cuando se dan cuenta de que los juegos infantiles no lo son tanto y que consecuencias mortales vienen si no los pasan.
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Ahí está Gi-hun, un hombre con las deudas hasta el tope, inmiscuido en problemas legales, sin salida alguna; se deja llevar por esta oferta que lo lleva a los juegos más sádicos que hayamos visto (bueno, quizá Saw) y que con un poco de suerte gana, hasta ahí la primera temporada que, si bien tiene un final abierto, el cierre es digno de una buena temporada.
Por eso, cuando dijeron que iban a hacer una segunda temporada, no se sentía necesaria, pero bueno, el dinero es algo que siempre será necesario y fue así que Netflix produjo la continuación de la historia en la que, inverosímilmente, el jugador 456 (Gi-hun) vuelve a los juegos en una especie de venganza. Repetimos todo el proceso con nuevos juegos y nuevos participantes; un hecho caótico hace que termine de nuevo, de forma abierta, la temporada.
Y así llegamos a la temporada 3. El creador Hwang Dong-hyuk decidió terminar con esta etapa de la historia, con la continuación de la segunda temporada, en la que los personajes se desgastan unos a otros o a sí mismos; las tramas deben cerrar sí o sí y antes de llegar a este momento, incluso cuando se supo que iba a haber temporada 3, los fans se preguntaron: ¿cómo puede concluir una historia con tanto poder en su primera temporada? ¿Cómo terminar con el fenómeno?
La respuesta fue, quizá, la que muchos ya veían venir. En términos psicológicos, su personaje principal se había desvaratado. Del encantador hombre que conquistó a la audiencia con su torpeza y temor, había un hombre atormentado y ávido de venganza que quizá hubiera tomado su dinero y viajado con su hija; el camino para Gi-hun fue otro, uno en donde llevaba el mismo debate moral que expone la serie en sus tres temporadas: “¿Qué hubiera hecho yo?”
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Explicar qué me pareció la conclusión de esta serie me lleva a plantearme varias preguntas, pero la más importante es: ¿triunfó el mal? Siempre, en cada uno de los episodios, un juicio de valor se pone entre el espectador y la narrativa, sea la circunstancia que estemos viviendo, pero en el ocaso del último capítulo, se nos da a entender que elementos como el poder y la ambición ganan terreno en un mundo en donde pocos son los empáticos y las personas que son humanas, desinteresadas y “buenas”.
Podemos entonces ver el final de El juego del calamar como un mensaje que advierte que hay cosas que nunca se acaban; el poder, la ambición y los pocos escrúpulos de unos cuantos pueden pesar más que la humanidad y que pocos, pero los hay, son los seres que toman sus segundas oportunidades para bien.
Y si bien es un cierre abrupto en el que hubo pérdidas sensibles y mensajes de esperanza, hay que decir que carece de una solidez y respaldo en su guion, le sobra un bebé que metieron como elemento sorpresa para complicar todo y ponerlo en un juicio de valor que saca lo más podrido de una sociedad; no hacía falta, bastaba con llevar a tus jugadores más queridos al borde del final y darles un cierre decente, incluso a esos personajes que no aportaron más que la cara bonita.
Creo que un error fue desgastar tanto al personaje principal. La premisa de volver a los juegos fue algo que nadie se creyó, porque entonces hay una dualidad entre pensamientos tan creíbles como el grupo de participantes enfermos de ambición y un hombre que lo consiguió todo y decidió volver por venganza. La justificación de un buen corazón quizás sea lo que lo lleve a ese desenlace, que hay que decirlo, era la única forma de que terminara cuando tienes un bebé en el set.
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La serie ya terminó, pero ya conocemos al gigante del streaming: una vez que alguna de sus series tiene éxito, la explota en forma de spin-offs, secuelas, versiones en otros países y muchas cosas que permitan que la euforia no muera. Naturalmente, los subsecuentes productos no igualan el boom del primogénito. Y si una versión estadounidense ya se está cocinando, Diosito los agarre confesados; pregúntenle a los propios asiáticos lo que pasó con La Casa de Papel…
La recomendación: Hoy en día, los productos asiáticos, especialmente los hechos en Corea, son sinónimo de buena calidad. A propósito de la lista del New York Times con las 100 mejores películas del siglo XXI, es buen momento para ver de nuevo Parásitos de Bong Joon-Ho; está en Prime. Y hasta aquí, ¡corte y queda!
- Portada
- ¿Así debió terminar El juego del calamar?
- Suspenden a docente con 40 años de servicio del Jardín Sor Juana Inés, en Pachuca