Shareny Muñoz

El pulque nunca ha sido solo una bebida. Es tradición, memoria viva que se derrama en cada jarro espumoso, eco de generaciones que lo han cuidado entre magueyes y amaneceres. Durante siglos fue llamado “el néctar de los dioses”, aunque más tarde intentaron relegarlo bajo prejuicios y la condena de una vida fugaz. Parecía entonces que el pulque se apagaba en silencio, hasta que la ciencia decidió tenderle la mano.

Hoy, en un laboratorio de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, un equipo de investigación trabaja para prolongar su vida sin traicionar la esencia que lo hace único. Los estudios confirman lo que la sabiduría popular siempre sostuvo: el pulque no es un riesgo, es una bebida noble y digna de permanecer. Lo que alguna vez se señaló desde el prejuicio, ahora se reivindica con evidencia científica.

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La historia del pulque, sin embargo, no está hecha solo de magueyes y fermentos, también guarda silencios. Durante mucho tiempo la presencia femenina fue excluida de los tinacales. Era cierto que perfumes o cremas podían alterar la fermentación, pero la creencia popularizada fue todavía más injusta: se decía que una mujer, únicamente por serlo, bastaba para arruinar la bebida. Bajo esa idea se construyó una barrera que nos mantuvo lejos de un oficio reservado para los hombres. Hoy, con una ironía luminosa, es precisamente a través de la mirada y el trabajo de mujeres investigadoras que el pulque encuentra nuevas posibilidades de trascender.

Entre esas voces está la de la Dra. Adriana Cortázar Martínez, quién desde niña se sintió fascinada por la colección de minerales de su padre, una chispa que años después la llevaría a laboratorios en los que por cierto, también abundaban los estereotipos. Con serenidad y firmeza suele recordar que la disciplina y la curiosidad siempre pesan más que cualquier prejuicio. En la Escuela Superior de Apan ha logrado no solo aportar a la conservación del pulque, sino también encender en sus estudiantes la pasión por la ciencia y la convicción de que el conocimiento transforma vidas.

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Aquí radica la verdadera enseñanza de esta historia. El pulque deja de ser únicamente bebida para convertirse en símbolo, puente entre pasado y futuro, tradición y ciencia, memoria y educación. Lo que antes se resguardaba en cántaros de barro hoy también se preserva en probetas y refrigeradores, pero en ambos casos con la misma intención, que esta herencia no se pierda y pueda contarse hacia adelante.

Cuando la ciencia fermenta futuro no solo preserva una bebida ancestral. También honra la memoria de un pueblo y abre caminos educativos donde antes había barreras. El pulque es testimonio de que tradición y modernidad pueden caminar juntas, y en este encuentro aparece la posibilidad de un renacer.

Porque al final, lo que fermenta no es únicamente el aguamiel convertido en pulque, sino también la certeza de que la educación y la presencia femenina son fuerzas capaces de transformar la historia. Y en ese cruce entre magueyes y laboratorios, descubrimos que lo que se cuida con pasión y se defiende con dignidad nunca desaparece, sino que se multiplica como un legado vivo.

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