Contaminación silenciosa
Desde que vivo en Pachuca, ha sido una escena constante en las calles de la ciudad: corrientes obscuras, pegajosas y con mal olor que recorren banquetas y avenidas. Son lixiviados. Estos líquidos se forman por la descomposición de residuos y, dependiendo de lo que contengan (grasas, restos de comida, detergentes y químicos), pueden convertirse en fuentes graves de contaminación ambiental.
Aunque a veces parezcan simples charcos, lo cierto es que son descargas directas, que van a las calles y luego al drenaje, sin pasar por ningún tratamiento. Son una forma de contaminación silenciosa, normalizada y que pocos reconocen como un problema real.
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Más allá del mal olor
El problema no se reduce a lo incómodo de los olores. Estas descargas obstruyen tuberías, deterioran el drenaje, atraen fauna nociva y, lo más preocupante, terminan infiltrándose en los cuerpos de agua de los que depende la ciudad. En otras palabras: lo que hoy sale de un local de comida o de un taller mecánico, mañana puede terminar en el agua que llega a nuestras casas o en los mantos freáticos que abastecen a la región.



Una laguna de regulación
En teoría, todo parece estar cubierto. Existen normas nacionales, estatales y municipales que establecen límites y condiciones para las descargas de grasas y lixiviados. Sin embargo, en la práctica la supervisión es casi inexistente. Las autoridades difícilmente inspeccionan o sancionan este tipo de prácticas, especialmente cuando provienen de comercios pequeños, lo que abre la puerta a que la contaminación ocurra todos los días y sin consecuencias.
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¿Qué podemos hacer?
El reto es grande pero no imposible.
Desde las autoridades, urge mapear y fiscalizar el registro público de comercios con permiso de descargas, aplicar inspecciones periódicas, llevar a la práctica las sanciones e incluir como requisito para las licencias de funcionamiento, la instalación de trampas de grasa en los establecimientos que manejen alimentos.

Los comercios también tienen un papel fundamental. Instalar y dar mantenimiento periódicamente a las trampas de grasa, no verter aceites en las coladeras y juntarlo en recipientes y entregarlos en puntos de acopio, donde pueden transformarse en materia prima para otros productos, así como capacitar a su personal en el manejo de residuos; facilitaría mucho la transición hacia las buenas prácticas ambientales.
Y como ciudadanía tenemos herramientas, podemos ejercer el derecho a denunciar ante la Secretaría de Medio Ambiente del Estado o directamente al municipio. Las denuncias pueden ser anónimas, acompañadas de la ubicación de las descargas y si es posible, una fotografía. Al hacerlo, no solo exigimos el cumplimiento de la ley, también contribuimos en la construcción de una sociedad más responsable y justa.


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Una reflexión necesaria
La próxima vez que te cruces un charco obscuro y de mal olor, que sale de algún negocio, no lo normalices. Tiene nombre: lixiviado. Y también tiene un destino: nuestras tuberías, ríos, mantos acuíferos, suelos y finalmente, nuestra salud. Recuerda que estos líquidos no desaparecen, regresan a nosotros en el agua que usamos y a la ciudad que habitamos.
Anexo algunas fotos, para ejemplificar los charcos de lixiviados que normalizamos.
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