Sandy Franco

La experiencia de ir al cine es una de las más estimulantes para quien gusta de ver películas, por algo los directores ponen empeño en filmar en formatos específicos para que la historia, las actuaciones, la fotografía, la música y cada uno de los elementos que forman parte de una cinta se conglomeren en un producto final que sea disfrutable para las audiencias; eso es algo que distingue al séptimo arte de otras disciplinas.

Cuando una película logra su cometido y no precisamente ser nominada 13 veces al Oscar en medio de controversias para mal, pero sí reflejar todo lo que la creatividad planteó de principio a fin, creo que estamos hablando de una satisfacción redonda, o sea, tanto para los creadores como para el público. Díganme si no, ¿alguna vez terminaron de ver la película y sintieron una emoción de haber visto algo bien hecho desde el fotograma uno hasta los créditos finales?

Eso me pasó el fin de semana al ver The Brutalist, o El Brutalista, película de Brady Corbet que se encuentra dentro de las 10 nominadas a mejor película para el Oscar. Hasta antes de que Anora ganara los premios de los sindicatos de directores, escritores y productores, la cinta protagonizada por Adrien Brody era la favorita de la temporada.

La historia de un arquitecto húngaro que logra escapar del holocausto y buscar el sueño americano, mientras trata de traer a los Estados Unidos a su esposa y a su sobrina, parece la típica historia que los Academy premiarían por la carga de drama, el manejo de uno de los temas de su agenda pública como lo es la migración y la complejidad con la que Corbet desarrolló el film.

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Y es que The Brutalist es precisamente eso, compleja, pero en una manera exquisita, cada detalle que le dio Corbet a su obra la hace una película arriesgada, ambiciosa y que no muchos estarán dispuestos a ver. De entrada dura tres horas y 35 minutos, tiempo considerable si hablamos de que The Irishman de Martin Sorsese, dura tres horas y 29 minutos. Tanto tiempo debe ser empleado de una manera inteligente; el cineasta de A los trece supo cómo atrapar la atención por ese lapso.

El desgarrador viaje de László Tóth, interpretado por Adrien Brody, hacia conquistar América con su peculiar estilo (El Brutalismo) y sentirse parte de una sociedad que nunca lo verá como uno igual; luchar con sus propios demonios originados en la guerra, además de anhelar el regreso de su amada esposa, se combina con una acertada serie de aspectos como la impecable fotografía de Lol Crowley y la banda sonora compuesta por Daniel Blumberg.

Lo que completa la experiencia de ver The Brutalist en las pantallas grandes (que aquí en Pachuca solo fue ofertada en salas VIP y premium por obvias razones) son dos cosas que la convierten en una cinta totalmente diferente: primero, el formato en el que está grabada: VistaVisión, una cámara con película de 70 mm que se usó en los años 50, la resolución para captar la altura al representar la arquitectura de László y el querer dar esa sensación de la época (que sí se nota) fueron dos de las grandes razones de Brady Corbet para usar uno de los formatos favoritos de directores como Christopher Nolan.

El otro detalle que destaca en la producción es la forma de contar la historia, dividida en dos partes con un intermedio de 15 minutos (como en los años 90) y un epílogo. Corbet y su guionista Mona Fastvold van de la esperanza del todo, la estabilidad de algo que tarde o temprano les pasará factura a los personajes, un buen plot twist y, finalmente, a una rendición sabiendo que el mundo es como es, a veces más oscuro que con luces; todo gracias a actuaciones impecables de Brody, Felicity Jones y un brillante Guy Pierce.

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El Brutalista me hizo reflexionar que de eso se trata el cine, sentarte en una sala con tus palomitas, solo o acompañado de alguien que aguante las tres horas y 35 minutos de una historia bien contada y con elementos que la ayudan a distinguirse de otras producciones y a olvidarte que se ocupó inteligencia artificial para mejorar el acento húngaro de Adrien en algunas escenas. Eso es lo de menos cuando el actor vuelve a dejar el alma en una película ubicada en el final de la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores.

Claro que se merece el Oscar, seguramente su protagonista lo gane. Me gustaría que se llevara el de Mejor película, porque aunque haya producciones tan valiosas como Cónclave o The Substance, hay que decir que El Brutalista es por mucho una de las mejores películas en lo que va del año, una verdadera obra de arte.

La recomendación: Ya que andan por el cine y si tienen como objetivo alguna de las películas del caminito al Oscar, vean I’m Still Here, drama político ambientado en el Brasil de 1971, en el periodo conocido como la Dictadura militar y basado en las memorias de Marcelo Rubens Paiva, novelista y periodista brasileño, cuyo padre, el diputado Rubens Paiva, fue capturado por el régimen. Vale la pena por la actuación de Fernanda Torres.

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