Sandy Franco

What To Know

  • Sin que sea una calca de la obra de Mary Shelley (porque es una reinterpretación), con su narrativa que rescata lo básico y esencial de la obra de 1818 y combina con cada uno de los elementos característicos del cine gótico de del Toro, las atmósferas con texturas casi salidas de un cuadro, los colores en una paleta que distingue el rojo entre tonos sobrios y fríos, sangre y dolor, ahí en una época victoriana, el mexicano coloca a su moderno Prometeo.
  • En Frankenstein, lo que más pesa es el significado de una historia que pone a una criatura hecha desde el egoísmo de un hombre con daddy issues, carente de atención, con el deseo de tener un éxito que alivie su conflicto de inferioridad y demostrar su razón por encima de la lógica y lo que dicta la religión.
  • Sin un ápice de belleza física, pero con el corazón abierto, lleno de una carga de sentimientos que transmite en la pantalla, Elordi es el alma de la historia, no solo por ser una de las figuras centrales, sino porque demuestra que puede con retos fuertes y salir airoso de ellos.

Últimamente, el cine ha apostado por regresar a las fórmulas clásicas, basarse en novelas que han pasado a la inmortalidad: este 2025 vimos el retorno con nuevas adaptaciones de los monstruos más célebres, Nosferatu de Robert Eggers y Drácula: Love Tale de Luc Besson, ambas sobre el vampiro que describían autores como Polidory y Bram Stoker.

Vimos un intento flojo de revivir a ese personaje que ha sido más querido y arraigado a la televisión. El hombre lobo de Leigh Whannell no convenció como se esperaba, pero picó la curiosidad de quienes buscan una acertada adaptación de otro mito del cine y la literatura de terror.

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Y finalmente, llegamos a una de las películas más esperadas del año: desde que su director dijo que haría su versión de un clásico que significaba tanto para él y que traería al plato a actores como Oscar Isaac, Christoph Waltz y Mia Goth, todos pusimos la fe en el proyecto, que de por sí era ambicioso y que al principio levantó críticas mixtas.

El reto de Guillermo del Toro era quizá estar tanto él satisfecho como su público cuando presentara Frankenstein, la obra que lo había seguido por décadas. Para el mexicano era un punto y aparte de su obsesión por retratar monstruos con su lado humano; este era EL monstruo, quizá la epítome de su carrera, el pilar de una filmografía perfecta en monstruosidad, horror y redención.

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Con mis expectativas bajas por todo lo que se había dicho en su estreno en Venecia (a pesar de tener la ovación más larga del año), decidí esperar a que se estrenara en Netflix, con todo y que en el estado había llegado a cuatro municipios… Valió cada día la espera para ver una verdadera obra de arte.

Sin que sea una calca de la obra de Mary Shelley (porque es una reinterpretación), con su narrativa que rescata lo básico y esencial de la obra de 1818 y combina con cada uno de los elementos característicos del cine gótico de del Toro, las atmósferas con texturas casi salidas de un cuadro, los colores en una paleta que distingue el rojo entre tonos sobrios y fríos, sangre y dolor, ahí en una época victoriana, el mexicano coloca a su moderno Prometeo.

Pero no solo se admiran las cosas técnicas como la fotografía de Dan Laustsen, el diseño de producción, el vestuario y los efectos especiales creados sin un byte de inteligencia artificial.
En Frankenstein, lo que más pesa es el significado de una historia que pone a una criatura hecha desde el egoísmo de un hombre con daddy issues, carente de atención, con el deseo de tener un éxito que alivie su conflicto de inferioridad y demostrar su razón por encima de la lógica y lo que dicta la religión.

El hombre que jugó a ser Dios y en su creación encontró insatisfacción, dejándola a su merced. Dice Jacob Elordi, quien interpreta al monstruo: “la criatura lo es todo y nada al mismo tiempo”, porque hablamos de alguien hecho con ambición que crece sin una guía, sin cariño, prácticamente en la soledad y que aprende desde su puro ser a vivir y descubrir lo que es.

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Hablando de Jacob Elordi, alguna vez mencioné mi poca fe en alguien que había actuado como la cara bonita de una serie Gen Z como lo es Euphoria, siendo solo eso, pero no había más; quizá los últimos papeles como Saltburn o Priscilla hicieron del australiano alguien listo para un desafío como el que le puso Guillermo del Toro.

Sin un ápice de belleza física, pero con el corazón abierto, lleno de una carga de sentimientos que transmite en la pantalla, Elordi es el alma de la historia, no solo por ser una de las figuras centrales, sino porque demuestra que puede con retos fuertes y salir airoso de ellos; incluso es el ancla de donde se agarra Oscar Isaac para empujar a un Víctor Frankenstein que a veces necesita de una mancuerna para sostener su personalidad; quizá es un rasgo propio del mismo personaje.

Mención aparte merecen Christoph Waltz, Mia Goth, Felix Kammerer y Charles Dance; pero lo que en verdad se agradece de una película como Frankenstein es el corazón que Guillermo del Toro le imprimió, cada detalle en la escenografía, cada palabra y referencia tanto a la obra y vida de Mary Shelley como en su propio aporte, el ritmo en la narrativa, las casi 3 horas de duración que se sienten ligeras, y la forma de dividir en una sagrada trinidad una historia con un final melancólico y lleno de esperanza.

Frankenstein no solo es puro cine hecho con el alma, es también una obra de arte que cuadro por cuadro muestra tres cosas: la meticulosidad a la que nos ha acostumbrado Memito, una relación padre-hijo que se desgasta desde el primer momento del vínculo y la forma más cruda, pero al mismo tiempo hermosa, de la vida.

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La recomendación: cuando vean Frankenstein, seguramente se toparán con muchas referencias de su filmografía. Es un buen pretexto regresar a ver obras tan complejas como hermosas: La forma del agua y El callejón de las almas perdidas, ambas disponibles en Disney+. ¡Corte y queda!

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