What To Know
- Durante el Día de Muertos, cuando se abren los umbrales entre el mundo de los vivos y el de los que partieron, las historias del Capitalino cobran un significado especial.
- Así, cuando llega noviembre y la ciudad se llena de aromas, colores y recuerdos, el Hotel Capitalino se convierte en un punto de encuentro entre los vivos y los que habitan en la memoria.
Durante el Día de Muertos, cuando se abren los umbrales entre el mundo de los vivos y el de los que partieron, las historias del Capitalino cobran un significado especial.
En Pachuca, donde el viento parece llevar mensajes del pasado, hay un edificio que respira historia y misterio: el Hotel Capitalino. Cada piedra de su fachada, cada peldaño y cada habitación, han sido testigos de siglos de vida, de silencios y de presencias que, dicen, no se marcharon del todo.
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Desde su origen como casa de diligencias en 1805, el lugar ha sido escenario de encuentros políticos y noches cargadas de misterio. Bajo su antiguo nombre, el Gran Hotel Grenfell, pasaron presidentes como Porfirio Díaz, Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán, quienes dejaron huellas más profundas que las de sus zapatos en los mosaicos. Hoy, esas huellas parecen mezclarse con otras, más etéreas, las de las almas que, dicen, nunca se marcharon del todo.
Durante el Día de Muertos, cuando se abren los umbrales entre el mundo de los vivos y el de los que partieron, las historias del Capitalino cobran un significado especial. No se trata solo de leyendas, sino de relatos que nos recuerdan que la memoria también habita los espacios, que las almas encuentran en los muros antiguos un eco de su paso.
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Entre esas presencias está la “huésped del mes”, una mujer de elegancia impecable que llegaba puntualmente cada luna, ocupando siempre la misma habitación. Nadie supo nunca qué la traía de vuelta, ni por qué susurraba en los pasillos con alguien que nadie veía. Desde su misteriosa desaparición, aseguran que su silueta sigue apareciendo frente al restaurante, como si aún esperara una cita pendiente.
También está la “sombra del barandal”, aquella joven que en los años del declive del antiguo Gran Hotel Grenfell decidió despedirse de la vida. A veces, cuentan los trabajadores, los tacones suenan en el piso superior, o se percibe un perfume triste que parece mezclarse con el aire del mediodía.
Y luego está Anna, la niña que nunca creció. En los rincones cercanos a los baños —antigua habitación clausurada— algunos aseguran escuchar una voz infantil llamando su propio nombre. Una súplica que atraviesa el silencio, como si buscara a quien la dejó sola en una noche fría.
Hoy, bajo una nueva administración, el Hotel Capitalino combina ese legado místico con un compromiso vivo: rescatar su arquitectura y promover la cultura local. Entre flores de cempasúchil y velas encendidas, en estas fechas, este sitio invita a mirar el pasado con respeto y asombro, y a sentir que cada sombra tiene algo que contar.
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Así, cuando llega noviembre y la ciudad se llena de aromas, colores y recuerdos, el Hotel Capitalino se convierte en un punto de encuentro entre los vivos y los que habitan en la memoria. Y mientras uno se asoma desde su terraza —esa que regala una vista incomparable al Reloj Monumental de Pachuca—, no queda más que sonreír y pensar que, en el fondo, todos somos un poco como sus leyendas: viajantes que solo buscan un lugar donde ser recordados.
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