Umberto MenesesEL CODIGO HUMANO

Con el triunfo claro e indiscutible de Donald Trump como el 47º presidente de los Estados Unidos, la resaca no se hizo esperar—no solo para la mitad de los estadounidenses que esperaban no volver a ver otra administración de Trump, sino también para gran parte del mundo. Como resultado, han surgido preguntas evidentes, con reacciones que van desde la preocupación intensa hasta el optimismo cauteloso. Según sus detractores, esto podría augurar una era de confusión y caos, mientras que sus seguidores lo ven como un regreso a la prosperidad y el orden.

Los primeros indicios de hacia dónde podría dirigirse esta administración se pueden ver en los nombramientos de Trump para su gabinete. La mayoría de estas designaciones han enfrentado críticas significativas, incluso de miembros de su propio partido. Algunos nombres se destacan como conocidos ideólogos o extremistas. Un nombramiento, en particular, captó mi atención: Elon Musk, el controvertido visionario cuya inmensa riqueza le otorga una influencia significativa. Nunca en la historia tanto poder económico ha estado concentrado en las manos de un solo individuo.

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Por más que me desagrade Musk, no puedo negar que ha logrado hazañas que muchos de nosotros considerábamos meras ficciones. Ha impulsado iniciativas notables con el potencial de transformar profundamente a la humanidad. Sin embargo, concentrar tanto poder en una sola persona—alguien capaz de redirigir el rumbo socioeconómico de toda la raza humana—es profundamente preocupante. Esto plantea cuestiones éticas que no se pueden ignorar.

A pesar de su influencia, Musk no es un científico, inventor, ingeniero, ni siquiera un industrial en el sentido tradicional. Es, en esencia, un adulto que se entrega a una fantasía juvenil, armado con una cantidad obscena de dinero. Quizá esta sea su mayor habilidad: reunir mentes brillantes—verdaderos científicos e ingenieros—para ejecutar ideas que, a pesar de su impacto, a veces pueden parecer sobrevaloradas. Consideremos SpaceX: uno de sus mayores logros fue diseñar un propulsor reutilizable, lo que potencialmente reduce los costos de enviar satélites y suministros a una órbita justo por encima de la estratósfera. Aunque esto es impresionante desde el punto de vista de la ingeniería, no es exploración espacial en el sentido que muchos la romantizan. Musk también lanzó un convertible al espacio, conducido por un maniquí—un espectáculo más que un avance científico.

Comparemos esto con el lanzamiento de la sonda Voyager 1 el 5 de septiembre de 1977, que ha viajado más allá del sistema solar y sigue enviando datos. Mientras los verdaderos científicos pasaron décadas logrando algo de un impacto profundo, la riqueza de Musk le permite seguir caprichos que a veces parecen indulgentes. Pero quizá esto sea perdonable, ya que está gastando su propio dinero.

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Luego están otros “proyectos” de Musk, como sus planes de colonizar Marte—ideas que muchos ven como visionarias, pero que a otros les parecen imprácticas e incluso temerarias. El hecho de que Musk esté ahora al lado del hombre más poderoso del mundo es alarmante. Para Trump, contar con Musk es una alianza conveniente; Musk es una figura popular en ciertos círculos políticos y aporta una gran visibilidad. Pero desde mi perspectiva—como científico e ingeniero formado en los Estados Unidos—esta asociación es preocupante. Esto no es Einstein asesorando al presidente sobre asuntos de importancia existencial, ni Oppenheimer luchando con las implicaciones morales de sus propios inventos. En cambio, tenemos a un empresario adinerado con ambiciones tecnológicas extravagantes y una ideología que, en mi opinión, es peligrosamente errada.

No debemos caer en el encanto de esta figura petulante ahora armada con poder político. El riesgo es demasiado alto para dejar que fantasías no comprobadas dicten el rumbo de la humanidad.

—Umberto Meneses, PhD

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