Yazmín Salazar

El pasado domingo 13 de julio de este año, las calles de Pachuca se llenaron de voces molestas, preocupadas. Tlachiqueros, agricultores, ejidatarios y diversas comunidades de municipios como Singuilucan, Epazoyucan y de la propia capital hidalguense alzaron la voz con una consigna clara: No al megaproyecto del parque solar. Su legítima preocupación radica en el peligro que corren los recursos naturales, la pérdida de especies vegetales, animales y el sustento de muchas familias que cuidan el ecosistema, algo que seguramente se vería afectado con la construcción del parque.

 No se trata de frenar el “desarrollo”, sino de entender que la protección de los recursos naturales va más allá de evitar una construcción. Tiene que ver con la conservación de los ecosistemas y de los servicios ambientales vitales que nos brindan: captación y filtración de agua, regulación del clima, prevención la erosión del suelo y protección de la biodiversidad. Estos beneficios no son exclusivos de un grupo; nos benefician a todos.

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Comunidades enteras han vivido por generaciones en estas tierras, subsistiendo de sus cultivos, productos maderables y no maderables que brindan los bosques. El pulque por ejemplo, no es solo una bebida de moda; es un símbolo cultural que representa tradiciones prehispánicas, el uso sagrado de plantas endémicas y la importancia de conservar nuestra herencia natural.

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Las denuncias del domingo, apuntaron a una falta de transparencia en el proceso de gestión del proyecto, la ausencia de comunicación real con las comunidades y la percepción de “palancas” que agilizan trámites. Estos factores impactan no solo a los afectados, sino que también minan la credibilidad de las autoridades.

Si bien la energía solar es una fuente renovable con potencial de ahorro, los impactos ambientales pueden ser significativos. La construcción de estos parques requiere un cambio de uso de suelo, implicando pérdida de tierras agrícolas, la disminución de la biodiversidad por remoción de vegetación y la posible afectación de mantos acuíferos. Durante la operación y al final de su vida útil, surgen problemas como los residuos electrónicos y la fragmentación del ecosistema.

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Esto nos lleva a cuestionar: ¿Realmente vale la pena arriesgar nuestros recursos naturales por proyectos así? ¿Logrará restaurarse el ecosistema fragmentado? ¿La energía solar es realmente limpia y sustentable?

Es crucial buscar alternativas que protejan tanto los recursos naturales como a las comunidades. La comunicación constante entre autoridades, empresas y sociedad es indispensable. La manifestación del domingo es un recordatorio contundente de que el desarrollo no puede separarse de las personas y no debe poner en riesgo lo que nos sostiene.

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