Dinorath Mota

Pachuca.– Los sueños y los recuerdos se entrecruzan entre estrofas de Rubén Blades que, al ritmo de salsa, tararea: “aquel muchacho y mi pobre madre, dos personas distintas, pero dos tragedias iguales”. La canción “Amor y Control” lleva a uno de los pasajes más tristes en la vida de los Rojas Mancera: una madre enferma de cáncer terminal. Por eso, hoy esa canción se ha convertido en el himno de la familia, un lazo que los une en los malos y los buenos momentos, entre los sueños y las realidades.

Esta es la historia de Navor Rojas Mancera, el niño y ahora hombre que siempre ha mantenido el mismo sueño: la política. Ese sueño que empezó a imaginar desde pequeño y que, con los años, convirtió en camino. A sus 62 años, muchas de sus metas están cumplidas, aunque todavía quedan caminos por andar.

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Navor recuerda su niñez y a su familia como una muy “acomodada”, no por su situación económica, sino porque el dinero escaseaba y todos —padres y siete hermanos— debían “acomodarse” en literas. Suelta la carcajada mientras nos cuenta quién es y hacia dónde quiere llegar.

Originario de la Ciudad de México, asegura que siempre ha tenido vínculos con Hidalgo, ya que su madre, doña Ana María, ama de casa, era de Tulancingo. Su padre Saúl, fue taxista. Navor es el mayor de siete hermanoscuatro hombres y tres mujeres— y asegura que desde niño supo que quería estar en la política. Sin embargo, su padre buscaba que fuera inspector aduanal.

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“Cuando me preguntaban de niño qué quería ser, siempre respondía: Presidente de la República”. En la secundaria ya era un hecho que debía aterrizar en ciencias políticas, para ello tuvo que convencer a su padre de que podía ingresar a la UNAM.

“Una vez, al pasar por la Cámara de Diputados, tendría unos 15 años, me logré colar hasta el salón de plenos y dije: ‘Un día yo voy a estar aquí’. La primera vez que me subí a tribuna, lo recordé como si hubiera sido un día antes”.


“He sido una persona muy bendecida, he podido lograr sueños, aunque todavía me faltan muchos.”

Se considera un hombre bendecido porque, más allá de ser regidor, secretario municipal, diputado federal, senador y hoy titular regional de la Oficina de Defensa del Consumidor, se siente pleno, pese a ser padre soltero. Cuidar de sus hijas ha sido su mayor reto, pero también el mejor regalo que la vida le ha dado.

Dice que ha formado a tres grandes seres humanos: Alberto de 28 años, Estíbaliz de 26 y Sherydan de 24. Recuerda que cuando las niñas tenían 6 y 7 años, se separó de su esposa y ellas se quedaron con él. Fueron tiempos difíciles. Su decisión de apoyar a Pepe Guadarrama y oponerse al entonces gobernador Manuel Ángel Núñez lo puso en la mira. Cuenta que fue perseguido y espiado, su casa allanada dos veces, en las que robaron computadoras e información.

El miedo, dice, se apoderó de él, sobre todo por sus hijas, a quienes quería proteger. Por ello tuvo que abandonar su hogar para buscar un lugar seguro y enfrentar las carencias. Sin dinero y sin empleo fijo, su matrimonio terminó. Las niñas se convirtieron en su prioridad, mientras estudiaba su maestría y buscaba trabajos como consultor político.

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Durante esos años, viajar a distintos municipios para dar asesorías fue su modo de vida… y el de sus hijas también. Lo acompañaban a todos lados. Recuerda verlas dormir bajo el escritorio, comer en fondas o descansar en cibercafés mientras él estudiaba. Una de sus anécdotas favoritas es haber tomado un curso para aprender a peinarlas, especialmente a su “chinita”, para no jalarle el cabello al arreglarla.

Las carencias y los sacrificios, dice, valieron la pena. Recuerda cuando les preparaba el lunch y a cada una le dejaba un mensajito deseándoles un gran día. Esa costumbre perdura hasta hoy, pero ahora a través de un grupo de WhatsApp.

Con el tiempo, la vida le sonrió nuevamente. Hoy, dice, es un hombre estable, con una relación de pareja de cuatro años, disfrutando a su familia. Todavía conserva uno de sus pasatiempos favoritos: ver películas los domingos. Su favorita, Cinema Paradiso. Tal vez, porque en ella se retratan los sacrificios personales para lograr los sueños, o porque señala los vínculos emocionales que nos forman día a día, o tal vez solo porque sí.

Cuando sus hijas eran pequeñas, los viernes eran de palomitas y películas. Esos momentos, afirma, fueron de los mejores. Ahora, ya adultas, tratan de reunirse los domingos para revivir aquellos años.

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Navor dice que uno nunca debe dejar de pelear por lo que quiere. Asegura que su vocación tiene que ver con eso. No le obsesiona, pero sí lo desea, ser alcalde de Pachuca. Es una de sus metas. ¿Y por qué no?, también ser gobernador. Porque, como él dice, los seres humanos tenemos que soñar todos los días.

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