Lo que comenzó como una alianza poderosa entre Donald Trump y Elon Musk, terminó convertido en una guerra abierta que amenaza con costarle a ambos algo más que prestigio.
El jueves pasado, tras días de tensión acumulada, la relación entre el presidente y el magnate tecnológico colapsó públicamente, dejando a su paso acusaciones, amenazas y una batalla política sin precedentes.
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Todo estalló minutos antes de una despedida televisada en el Despacho Oval, cuando a Trump le entregaron un expediente revelador: el candidato que Musk impulsaba para dirigir la NASA, el empresario Jared Isaacman, había realizado donativos a destacados demócratas. El gesto, considerado por Trump como una traición, provocó una escena tensa detrás de cámaras: el presidente leyó los nombres de los beneficiarios en voz alta, negando con la cabeza.
“Esto no está bien”, dijo Trump, visiblemente molesto.
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Musk, con un ojo morado —que atribuyó a un accidente doméstico con su hijo—, trató de calmar las aguas. Justificó que Isaacman buscaba resultados, y que sus donativos no eran ideológicos, sino parte del juego político. Pero Trump no cedió:
“La gente no cambia. Este es el tipo de personas que se vuelven contra uno”, sentenció el presidente.
Una alianza fracturada
La tensión ya era palpable desde hace meses, pero el caso Isaacman aceleró la caída. Según entrevistas con 13 fuentes cercanas, el momento fue el punto de quiebre. Musk se quedó estupefacto cuando, horas después, la nominación de su amigo fue descartada sin discusión.
El incidente reveló una batalla interna en la Casa Blanca. Varios apuntan al influyente Sergio Gor, director de la Oficina Presidencial de Personal, como el responsable de sabotear la propuesta. Gor y Musk ya habían chocado antes por temas de control político y repartición de poder en el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), proyecto personal de Musk.
Sin embargo, aliados de Trump defendieron a Gor. El director de comunicaciones, Steven Cheung, lo calificó como “vital para una gestión insuperable”.
La guerra se vuelve pública
El distanciamiento privado se volvió una batalla pública. Musk, desde su plataforma X, lanzó un ataque frontal: insinuó vínculos entre Trump y Jeffrey Epstein, apoyó abiertamente su destitución y advirtió que sus aranceles provocarían una recesión.
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Trump respondió usando su propia red social: amenazó con cancelar miles de millones de dólares en contratos gubernamentales con las empresas de Musk. Y, según fuentes internas, incluso estaría considerando vender el Tesla rojo brillante que compró como gesto de apoyo.
Un proyecto que desató el caos
Detrás del rompimiento también hay política fiscal. Musk criticó duramente el proyecto de ley republicano que recortaría impuestos y aumentaría el gasto militar. Considera que la iniciativa aniquilaría los avances del DOGE y aumentaría el déficit. Incluso tras una llamada con el presidente del Congreso, Mike Johnson, Musk no quedó convencido y publicó un gráfico alarmante sobre la deuda nacional, con un escueto pero contundente mensaje:
“Da miedo.”
¿Reconciliación a la vista?
Por ahora, la distancia es total. Mientras Musk sugiere una apertura para dialogar, Trump no tiene previsto llamarlo. Su vocera, Karoline Leavitt, se limitó a remarcar los logros de su administración:
“La inflación ha bajado, los salarios suben, y Estados Unidos está más genial que nunca”.
Pero bajo el discurso triunfalista, la grieta entre los dos titanes crece. Y lo que empezó como un debate sobre un nombramiento, podría terminar reconfigurando alianzas clave del poder político y tecnológico en EE. UU.
¿Es este el fin definitivo del tándem Trump-Musk? O, como han demostrado en el pasado, ¿serán capaces de sorprender con un giro inesperado? Por ahora, el Despacho Oval se enfría… y el fuego arde en X.
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