En Estados Unidos, el futbol americano no es solo un deporte: es un espejo de la esencia del país. Desde la estructura competitiva que premia al más fuerte hasta la parafernalia del medio tiempo, todo en la NFL respira una mezcla de espectáculo y pertenencia.

El Super Bowl es, para millones de estadounidenses, una fecha marcada en el calendario con la misma seriedad que una festividad nacional. Ahí no se juega únicamente un campeonato: se refrenda un relato sobre quiénes son y cómo quieren ser vistos.

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Pero ese relato, antes contenido por las fronteras del país, se ha filtrado con fuerza al resto del mundo. La NFL entendió que su producto, si se traduce culturalmente, puede tener éxito en cualquier lugar donde haya una pantalla y una buena historia que contar. Alemania, Brasil, España, Reino Unido y, por supuesto, México, son prueba de que este deporte dejó de ser un gusto “local” para convertirse en un deporte global.

México es quizá el ejemplo más sólido fuera de territorio estadounidense. La relación es vieja: desde los juegos de liga mayor en el Poli y la UNAM hasta las ligas infantiles que en algunas ciudades tienen tanto arraigo como el futbol soccer. No es casualidad que la NFL haya hecho del Estadio Azteca un escenario recurrente para sus partidos internacionales, ni que las audiencias mexicanas sean, después de las estadounidenses, las más numerosas del planeta.

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Como dato cultural, muy pocos saben que el Estadio Revolución Mexicana de Pachuca, construido a mediados del siglo pasado, tuvo como juego inaugural un duelo de futbol americano.

En nuestro país hay más de 32 millones de aficionados a la NFL, un número que no se explica solo por las transmisiones en televisión: se trata de una cultura deportiva que se alimenta en el campo, en las universidades, en las ligas privadas y hasta en las pláticas de oficina.

Según un estudio de YouGov publicado por Business Insider México, los equipos con más seguidores en nuestro país son los Cowboys con un 13 % de preferencia, seguidos de los 49ers con 12 %, los Steelers con 9 %, los Patriots con 8 % y los Packers con 7 %. Entre los muchos equipos que no aparecen en este top cinco están mis Minnesota Vikings, que incluyo en la mención porque son mi equipo, aunque no figuren en la lista.

El dato, más allá de la anécdota personal, muestra algo interesante: la afición mexicana, aunque concentrada en franquicias históricas, también deja espacio para seguidores de equipos con menos afición, pero no por eso invisibles.

Y esas comunidades, aunque pequeñas, suelen ser más ruidosas, las que más se involucran, las que convierten un partido cualquiera en un evento social, como el caso de Vikings México, una organización de aficionados reconocidos por el equipo y que incluso tiene su espacio en la web oficial de la franquicia, lo que motiva a reunirse cada partido en Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Querétaro y Chihuahua.

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El crecimiento del futbol americano fuera de EE.UU. no es casualidad: responde a una mezcla de marketing global, embajadores culturales y una narrativa que atrae. México seguirá siendo una plaza vital para la NFL, porque aquí el deporte ya tiene raíces; lo que está creciendo ahora son las ramas que alcanzan a nuevas generaciones.

Si en Estados Unidos el futbol americano es parte del ADN, en México está empezando a formar parte de la memoria colectiva.

Y cuando un deporte alcanza ese nivel, ya no es importado: es propio. Skol

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