KATHYA MORENO

“La gentrificación no es inevitable, pero sí predecible si no se toman decisiones conscientes. Hidalgo está a tiempo de construir un modelo de turismo que respete el tejido social, que incluya a las comunidades locales en la planeación del desarrollo y que no convierta su historia en escenografía para otros. Porque un pueblo no es mágico por sus calles empedradas o su arquitectura colonial: lo es por la vida que ahí habita. Y esa vida merece seguir teniendo un lugar.”

La palabra gentrificación se ha vuelto cada vez más común en las conversaciones sobre ciudades, vivienda y turismo. Lo que antes parecía un fenómeno exclusivo de grandes capitales como Ciudad de México, Barcelona o Nueva York, hoy empieza a instalarse en pequeñas ciudades y pueblos que, paradójicamente, se promocionan por su “autenticidad” y “vida tranquila”.

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En términos simples, la gentrificación es un proceso de transformación urbana en el que un barrio tradicional, generalmente popular o de clase trabajadora, comienza a atraer nuevos residentes con mayor poder adquisitivo. Esto provoca un encarecimiento progresivo del costo de vida, la vivienda y los servicios, lo cual termina por desplazar (sutil o directamente) a quienes originalmente vivían allí. Lo doloroso de este fenómeno no es solo el cambio urbano, sino el desarraigo y la pérdida de identidad colectiva.

La gentrificación es un tema que está en boga porque se ha vuelto una constante en muchas ciudades que buscan revitalizar espacios deteriorados sin considerar a quienes los habitan. Aparece en el discurso político, en los medios, en redes sociales, y especialmente en la tensión entre crecimiento económico y justicia social. También es un síntoma de un modelo de desarrollo que privilegia la inversión por encima del arraigo, y que muchas veces ve en lo local solo un recurso estético, no humano.

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¿Qué tiene que ver el turismo? Mucho. Aunque no siempre están ligados, turismo y gentrificación suelen caminar de la mano. Cuando una zona se vuelve atractiva para visitantes (ya sea por su belleza, su historia o su encanto “auténtico”), rápidamente empieza a atraer inversiones, remodelaciones y nuevos servicios enfocados en ese visitante, no en el habitante. Las viviendas se convierten en hospedajes de corto plazo, los restaurantes tradicionales se transforman en cafés boutique, y el mercado inmobiliario se dispara. Lo que era cotidiano se vuelve “exótico”, y lo que era asequible se vuelve inalcanzable para los de siempre.

En Hidalgo, este fenómeno empieza a dar señales, especialmente en sus Pueblos Mágicos. Localidades como Real del Monte, Huasca o Mineral del Chico han experimentado un fuerte impulso turístico gracias a su historia, arquitectura y paisajes. A simple vista, esto parece una buena noticia: mejora la infraestructura, crecen los negocios, llegan más visitantes.

Sin embargo, el turismo mal gestionado puede abrir la puerta a una gentrificación silenciosa. Los precios del metro cuadrado han comenzado a elevarse en algunas de estas zonas, al tiempo que aparecen inversiones externas, plataformas de hospedaje temporal y una economía local cada vez más enfocada en el visitante que en el residente. Aunque aún no hay desplazamientos masivos, sí hay indicios de lo que podría venir: encarecimiento de la vida, transformación del espacio público y pérdida de vocaciones tradicionales.

El desafío en Hidalgo (y en cualquier lugar donde el turismo y el desarrollo urbano convergen) es distinguir entre una transformación compartida y un desplazamiento disfrazado. ¿Quién se beneficia del turismo? ¿Quiénes quedan fuera? ¿Qué estamos dispuestos a sacrificar por el crecimiento económico?

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La gentrificación no es inevitable, pero sí predecible si no se toman decisiones conscientes. Hidalgo está a tiempo de construir un modelo de turismo que respete el tejido social, que incluya a las comunidades locales en la planeación del desarrollo y que no convierta su historia en escenografía para otros. Porque un pueblo no es mágico por sus calles empedradas o su arquitectura colonial: lo es por la vida que ahí habita. Y esa vida merece seguir teniendo un lugar.

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