Henry Sevilla

Hollow Knight, lanzado en 2017, pertenece a ese grupo selecto de obras que parecen imposibles de olvidar. Es un viaje oscuro, melancólico y al mismo tiempo hermoso, que nos sumerge en un mundo subterráneo habitado por criaturas insectoides, ruinas ancestrales y secretos que esperan ser descubiertos en cada rincón.

Lo más asombroso es que una experiencia de tal magnitud fue creada originalmente por un equipo diminuto: solo tres personas en Team Cherry dieron forma a un juego que hoy se reconoce como una de las joyas más grandes del género metroidvania. Su dedicación, atención al detalle y pasión por el proyecto demuestran que no hace falta un estudio gigante ni un presupuesto millonario para crear una obra que roce la perfección.

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La historia de Hollow Knight no se cuenta con diálogos extensos, sino con silencios, paisajes y fragmentos dispersos de información. El jugador es quien debe hilar el relato, explorando Hallownest, un reino en ruinas que alguna vez floreció y que ahora yace corroído por la infección. Cada rincón, cada enemigo y cada personaje transmite una sensación de pérdida, de soledad y de misterio, invitando a descifrar un universo que habla más por lo que calla que por lo que muestra.

El arte visual es una de las razones por las que Hollow Knight cautiva desde el primer momento. Su estilo de animación dibujado a mano, con trazos simples pero llenos de detalle, consigue una atmósfera única: oscura, pero jamás vacía; sombría, pero increíblemente bella. Los escenarios son una galería de contrastes: desde los jardines verdes bañados en luz hasta las cavernas lúgubres y silenciosas, pasando por la majestuosa Ciudad de Lágrimas, donde la lluvia eterna cae sobre techos y cristales. Cada zona se siente viva y distinta, como si el mapa mismo fuera un personaje que respira con el jugador.

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A esta belleza visual se une una de las bandas sonoras más memorables de los últimos años, compuesta por Christopher Larkin. La música de Hollow Knight no solo ambienta: eleva. Los temas orquestales transmiten emoción pura, desde la serenidad melancólica de City of Tears hasta la intensidad frenética de combates como el de los Mantis Lords. Son melodías que logran quedarse en la memoria incluso después de apagar la consola, porque no solo acompañan la acción: dialogan con ella. La música se convierte en eco de la tristeza, la grandeza y la esperanza que aún late en Hallownest.

La jugabilidad es un reto en sí mismo: precisa, exigente, pero profundamente gratificante. Cada enemigo y cada jefe imponen respeto, obligando al jugador a mejorar sus reflejos, su estrategia y su paciencia. Sin embargo, más allá de su dificultad, Hollow Knight es una experiencia emocional: cada victoria sabe a mérito propio, cada descubrimiento se siente como un secreto personal arrancado al silencio de ese mundo subterráneo.

Hollow Knight es, en esencia, un recordatorio de lo que el arte independiente puede lograr cuando se combina con pasión y talento. No es solo un juego: es una experiencia que deja huella, una mezcla de belleza y tristeza, de desafío y recompensa, de soledad y compañía.

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Y ese legado quedó más que confirmado con el lanzamiento de Silksong hace apenas unos días. El debut de Hornet como protagonista no solo cumplió las expectativas: las superó al punto de colapsar las tiendas digitales de todo el mundo. Millones de jugadores se lanzaron de inmediato a recorrer este nuevo reino lleno de secretos, deslumbrados por un arte aún más refinado, una jugabilidad ágil y una música que mantiene la esencia de Christopher Larkin, pero con una fuerza renovada. Silksong no llegó como una promesa: llegó como una celebración, como la prueba definitiva de que lo que nació de tres personas en un pequeño estudio australiano ya es un fenómeno global que seguirá marcando generaciones.

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