Shareny Muñoz

What To Know

  • Nace en la educación, en lo que normalizamos, en lo que callamos y en lo que dejamos pasar en nombre de la “tradición”.
  • Como mujer, no quiero que nuestras niñas hereden el guion que tantas veces intentaron imponernos, quiero que crezcan con el valor que mostró Fátima, el valor de responder, de sostenerse, de demostrar que la talla de una mujer jamás se mide por la pequeñez de los comentarios que recibe.
  • Ojalá que estas líneas sirvan como un recordatorio suave pero imparable de que nuestra voz no pide permiso para existir, que nombrar lo injusto también es educar, y que cada palabra dicha con valentía abre un camino más limpio y más seguro para nuestras generaciones.

Hay momentos que sin proponérselo, revelan la verdad incómoda que muchos prefieren ignorar. Hace unos días, cuando Fátima Bosch respondió con firmeza a un comentario misógino dirigido hacia ella, quedó expuesto que todavía hay quienes creen que la dignidad de una mujer puede ponerse en duda frente a cámaras. Pero también quedó claro que hay mujeres que ya no estamos dispuestas a bajar la mirada ni a guardar silencio.

Hoy hablo desde ese lugar donde la palabra arde cuando una injusticia se pronuncia. Desde la experiencia de ser mujer en un país que todavía pretende moldearnos con juicios viejos y expectativas ajenas. Porque alzar la voz no es rebeldía gratuita; es resistencia, es memoria, es una forma de existir y de abrir camino.

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Lo que vivió Fátima no es un escándalo de farándula, es un espejo. Un recordatorio de que la misoginia no nace en un certamen ni en un comentario aislado; nace en la educación, en lo que normalizamos, en lo que callamos y en lo que dejamos pasar en nombre de la “tradición”. Nace en los silencios que nos enseñaron a guardar desde niñas.

Por eso vuelvo la mirada al lugar donde se siembra todo, el aula es ese primer territorio donde se decide si una niña crecerá libre o condicionada.

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En las escuelas las niñas aprenden números y palabras, sí… pero también aprenden cómo se les mira, qué se exalta, qué se tolera, qué se perdona y qué se castiga. Ahí se define si su voz será escuchada o minimizada. Y ahí, también es donde comienza el problema, demasiadas crecen pidiendo permiso para existir.

Por eso necesitamos una educación que haga mucho más que transmitir contenidos,
una educación que nombre las violencias en voz alta, que forme criterios, que enseñe a reconocer la dignidad propia y ajena. Una educación que deje claro, sin titubeos, que ninguna mujer merece una humillación pública y que ningún comentario tiene autoridad para definirnos.

En ese sentido, las palabras de Fátima resonaron con una fuerza que trasciende el momento
“Lo que Dios tiene destinado para ti, ni la envidia lo para, ni el destino lo mueve, ni la suerte lo cambia.” Y sí. Hay verdades que la fe sostiene con tanta firmeza que la misoginia no puede tocar.

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Como mujer, no quiero que nuestras niñas hereden el guion que tantas veces intentaron imponernos, quiero que crezcan con el valor que mostró Fátima, el valor de responder, de sostenerse, de demostrar que la talla de una mujer jamás se mide por la pequeñez de los comentarios que recibe.

Audre Lorde lo advirtió con una lucidez que sigue vigente “Tu silencio no te protegerá.” Y es cierto.
No lo hizo antes, no lo hará ahora.

Por eso es urgente recordar que lo que ocurre dentro de la escuela termina definiendo lo que se tolera fuera de ella. Y yo no quiero un país, ni un estado en donde un insulto sea espectáculo. Quiero uno donde una mujer que se defiende sea la norma, no la excepción.

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Ojalá que estas líneas sirvan como un recordatorio suave pero imparable de que nuestra voz no pide permiso para existir, que nombrar lo injusto también es educar, y que cada palabra dicha con valentía abre un camino más limpio y más seguro para nuestras generaciones.

Porque ninguna de nosotras nació para encajar en un molde que nunca construimos. Porque cuando una mujer se mantiene firme, resuena en todas.
Y porque tú que me lees, sabes que tu voz también nació para romper silencios, no para habitarlos.

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