Joselyn Sánchez

El año pasado, un compañero reportero de la Huasteca me escribió para preguntarme ¿cómo está la zona de Tula?, me contó que su sobrino se vendría a trabajar, derivado de las obras federales que se efectúan en el área y por supuesto, los padres del joven querían saber que fuera seguro para dejar venir al chico.

Mi respuesta fue poco pensada, le dije que había inseguridad, como en todos lados, que sí había hechos violentos, pero que aparentemente era una zona segura, pero ¿segura para quién?, creo que mi respuesta fue más mecánica que analizada o, quizás, sólo se trata de lo normalizado que tenemos la violencia en Tula y alrededores.

Y es que, los titulares diarios incluyen la localización de un cadáver con signos de violencia, una balacera por aquí, un presunto enfrentamiento por allá, la desaparición de hombres y mujeres y varios hechos violentos que para nada eran normales en otros tiempos en la zona.

Quizás sólo tenemos el “síndrome de la rana hervida”, una analogía que describe perfectamente lo que nos ha ido pasando. La violencia y la inseguridad han ido incrementando tan sigilosamente que ya forma parte de nuestra cotidianidad, tanto que, aunque “el agua sigue hirviendo”, seguimos haciendo nuestras actividades con “normalidad”.

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Pero no me malentiendan, no quiere decir que no nos demos cuenta ni que no nos preocupemos, al contrario, ya no puedes salir sin preocuparte si te tocarán los balazos en un bar o si encontrarás personas armadas en la calle, pero a veces, resulta más fácil hacerse de ojos ciegos y oídos sordos.

Recuerdo que hace unos meses le dije a una de mis tías que iría a Atotonilco de Tula a cubrir una nota, ella, muy preocupada, me dijo que mejor no fuera, que ya estaba muy peligroso en ese municipio, y es que, en esos días se había dado una balacera en una unidad deportiva.

Fue en mayo de 2023 cuando un grupo de sicarios irrumpió en un juego de futbol, en una cancha ubicada en Paseos de las Praderas, en Quma, y abrieron fuego contra los presentes, lo que provocó la muerte de seis personas, tres adultos y tres menos de edad, multihomicidio que preocupó a la gente de toda la zona.

Mi respuesta fue decirle que ya en todos lados estaba igual, que incluso nosotros vivíamos en una zona en donde construyeron un huachitunel y no sabíamos, por lo que, no ir a Atotonilco no garantizaba seguridad, a lo que ella asintió con la cabeza.

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Todas estas experiencias, todas estas noticias “tenebrosas”, nos han hecho ser resilientes y, aunque vivimos en modo de “supervivencia” todo el tiempo, hemos buscado la forma de aminorar los estragos de la violencia de la zona, en nuestras rutinas y forma de vida.

A veces, ver a las fuerzas policiales en la zona ayuda y ayuda mucho, nos genera una falsa tranquilidad que nos permite seguir con las actividades diarias, y digo “falsa” porque no dura, es momentánea y fugaz, sólo dura hasta el próximo asesinato, hasta el próximo muerto, hasta el próximo ataque, entonces vuelve la incertidumbre.

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