De Roberto Pedraza se pueden decir muchas cosas: que es un líder natural, un político con trayectoria, un hermano, compadre, hijo y también padre. Pero, sobre todo, se puede decir que ha dedicado cerca de 300,000 horas de su vida al servicio público; es decir, 45 años entregados a la búsqueda de un mundo mejor.
La vocación, el liderazgo y el destino han ido de la mano de Roberto Pedraza. A los cinco años ya sabía leer, conocía las capitales de varios países y también quién era el presidente de los Estados Unidos o de Rusia. Sus padres, ambos maestros, jugaron un papel decisivo en su temprano desarrollo. Doña Paula Martínez y don Ernesto Pedraza vivían originalmente en la comunidad de San Andrés, pero posteriormente migraron a Pueblo Nuevo, Ixmiquilpan. Ahí pasaron los primeros años de Roberto, quien para acudir a la escuela, tenía que caminar entre cuatro y cinco kilómetros y luego tomar un autobús que lo dejaba en el centro.
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Recuerda que, en esos años, su principal vocación era la mecánica, por lo que decidió estudiar esta profesión. La curiosidad y el interés se hacían patentes en cada momento. Mientras su padre iba al mercado por el mandado, en su bolsa no podían faltar dos cosas: el periódico El Universal y la revista Reader’s Digest. Ahí estaría nuevamente la mano del destino que un día lo alcanzaría en uno de sus encargos públicos, al frente de la Comunicación Social del Gobierno del Estado.
Pero entonces no lo sabía, como tampoco sabía que un día se integraría a la política. Cuenta que, al regresar a su comunidad luego de estudiar en la Ciudad de México, tuvo la oportunidad de instalar un taller mecánico, el cual atendió durante dos años. Ahí conocería a una persona que lo llevó a la docencia. Lo demás ya sería historia.
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Fue justo en esos años cuando el liderazgo se hizo presente y lo invitaron a participar en la campaña del entonces candidato a la gubernatura, Guillermo Rossell de la Lama. Tenía 26 años y un futuro político por delante. Por un tiempo trabajó desde los pasillos del gobierno, hasta que el entonces procurador de justicia fue nombrado vocal del Patrimonio Indígena, cargo al que Roberto lo acompañó.

Él dice ser el político con más cargos públicos en Hidalgo: siete en total. Ha sido regidor, presidente municipal, diputado federal (dos veces), diputado local y senador. En esos años saludó lo mismo a campesinos e indígenas que a grandes dignatarios. Habló en comunidades de la sierra a las que se tenía que trasladar con dificultad, pero también en parlamentos de las Naciones Unidas.
De su historia y su andar, cuenta que ha vivido muchas cosas, pero hay dos que recuerda con especial atención. Una de ellas ocurrió cuando era diputado federal. Un día recibió la visita de un grupo de campesinos de la comunidad de Huicantenango, en la Montaña de Guerrero, que lo invitaron a visitar el lugar.
Era 5 de mayo y, puntual, llegó a la cita a las 12 del día. Sin embargo, pronto notó que había cosas raras, ya que intentaban retenerlo por más tiempo con la llegada constante de personas y también con alimentos. Finalmente, dijo que no podía quedarse más de dos horas, así que tomó su camioneta con su chofer y salieron rumbo a la Ciudad de México para llegar a Chilapa. Tardaron tres horas. Recuerda, como si fuera ayer, que a las 4:40 pasaron por esa comunidad, y a las 5:00 el Ejército Popular Revolucionario comenzó a balear a todas las unidades que pasaban por ese lugar.
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Fue la suerte y tal vez también la intuición lo que lo salvó. Porque era más atractiva la muerte de un diputado federal en ese momento.
Pero también hay historias chuscas que han marcado su transitar en la política. Una de ellas ocurrió junto a su esposa, ella, como presidenta del DIF, recibió la notificación del intento de suicidio de una mujer. Al reunirla con el esposo y tratar de indagar qué había pasado, ella dijo que intentó quitarse la vida porque su marido la golpeaba. En su defensa, el hombre argumentó que ella no le daba de comer, no le lavaba y tampoco le quería.
En ese momento intervino quien fue su compañera de vida, Paula Martínez, para decir:
“¿Cómo no te va a querer si ella se tomó estas pastillas y dejó un corazón donde dice: ‘Te amo, Diego’?”
La respuesta —que ahora arranca carcajadas— fue: “¡Sí, pero yo no soy Diego!”
Padrino de 540 ahijados (hasta donde perdió la cuenta), ha tratado de ser fiel a algunos votos que realizó, pero reconoce que la vida es un torbellino. Su andar por la vida no puede separarse de la política; son dos cosas que van de la mano. No hay un Roberto Pedraza fuera del servicio público. Por eso, si de algo se arrepiente, es de no haber dado más tiempo a los suyos. Ahora, los domingos son sagrados: nada ni nadie le impide desayunar con sus hijos y nietos.

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En la vida, dice, se viene a eso: a vivirla y disfrutarla. Aunque tiene miles de amigos, los más cercanos apenas serán unos cinco. Pero hay otros con quienes también convive y con quienes arregla el mundo. Ellos se hacen llamar el Partido de Incontinentes Selectos, PIS. Suelta la carcajada y dice que es el único partido en el que no se acepta a cualquiera. Ya son 24 años que se reúnen cada jueves a desayunar. Y ahí, el mundo no solo se resuelve, también se vuelve mejor.
Resumir una vida no es fácil, sobre todo cuando se ha vivido tan intensamente: con alegrías, con tristezas, con decepciones, pero también con grandes satisfacciones. Hoy, al cumplir un año más, celebramos la historia de Roberto Pedraza. ¡Felices 73 años, profesor!
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