Nos ha sido concedido el don de creer que la tecnología es imparcial y objetiva, que su principio es lanzar información sin sesgos de ningún tipo. Alguna vez creímos eso de la ciencia también. Y digamos que son herramientas que intentan ser lo más rigurosas posibles y están un poco más centradas en verdaderamente encontrar esa objetividad, pero finalmente la información que se genera tiene sesgos humanos que debemos prever y comprender, sobre todo si queremos aprovechar lo mejor de la tecnología.

Hasta hace poco, unos cuantos meses antes de que iniciara la pandemia por Covid-19, Google y otros buscadores estaban siendo señalados de sexualizar a niñas y jóvenes menores de edad. Las y los usuarios que buscaban el concepto de “chicos de 16 años” obtenían resultados sobre actividades deportivas, así como imágenes de jóvenes jugando futbol o con libros entre brazos; sin embargo, al cambiar el género y escribir “chicas de 16 años” los resultados se llenaban de fotos de adolescentes desnudas, en trajes de baños diminutos, mientras los artículos llevaban títulos al estilo: ¿Cómo conquistar a un hombre?, Aumento de senos, chats de citas y prngrafía. Si los buscadores no tuviesen sesgos de género como el propiciado por los humanos, los resultados tendrían que haber sido similares aunque cambiara el sexo de la búsqueda. Finalmente Google tomó cartas en el asunto.

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Después de esto llegó el lanzamiento del metaverso de Zuckerberg. Espacios inmersivos de interacción a través de avatares, modelo que si bien ya existía en plataformas de videojuegos, sirvió para exhibir la manera en que los humanos decidimos interactuar en la virtualidad, que finalmente no dista mucho de lo que preferimos en la vida real. Fue así que en los primeros días de su lanzamiento, una mujer denunció haber sido víctima de violación sexual virtual, noticia que en medios de comunicación de todo el mundo fue cubierta haciéndolo ver como una exageración de parte de la usuaria utilizando palabras como “presunta violación” haciendo mofa de que no era posible pensar que un ataque entre avatares fuese real.

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En redes sociales se armó la revuelta, en general las y los usuarios no consideraban que eso fuera una violación y siento que mucha de esta narrativa nació, primero, por cómo solemos considerar las violaciones de carne y hueso en la que siempre buscamos culpar a la víctima por su forma de vestir o la hora en la que salió, en este caso, la narrativa era que estaba exagerando porque era un juego. La verdadera pregunta sería: de todo el abanico de posibilidades y de cosas para hacer dentro de Meta, ¿por qué elegirías ponerte de acuerdo con otros usuarios para violar a un avatar?

Es importante cuestionar nuestra interacción dentro lo virtual, pero sobre todo lo que estos espacios nos están ofreciendo y hacia dónde nos están dirigiendo, pensando más que nada que cada post en redes sociales tiene una intención más allá de la que el creador de contenido haya tenido, porque el algoritmo es el que tiene la intención de que esa información llegue a ti en lugar de otras que podrían ayudar a generar un criterio más complejo.

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