Comenzará -pronto o tarde- la discusión sobre la reducción de la jornada laboral y muchos de los que trabajamos en oficina podremos decir: ‘¿y eso para qué?’, porque muchos ya laboramos esas 40 horas y tenemos fines de semana “libres”. Habrá sectores de personas que vistan traje en sus empleos que seguirán diciendo que para alcanzar el éxito hay que trabajar mucho y esforzarse, por lo que las 48 horas se justifican si buscas “salir adelante”, el mito de la meritocracia nos sigue pegando y con ello la falta de comprensión de lo que ocurre afuera de una oficina.
Si bien muchos de los “Godínez” viven desde hace décadas con burn out, hace poco que el término comenzó a expandirse para describir una serie de síntomas físicos que se detonan del estrés que causan los largos trayectos a los centros de trabajo más la jornada corriente junto a la precarización salarial y la carga mental que conlleva equilibrar esto con una vida privada, social y familiar óptima. Se sabe apenas que los síntomas físicos que devienen del cansancio y carga mental excesiva es un mecanismo de supervivencia, es decir, para que no se nos queme el cerebro con todo lo que estamos pensando constantemente, el cuerpo decide enfermarse -palabras más, palabras menos, algún especialista podría explicarlo mejor seguro-, de alguna manera es tu cuerpo avisándote que debes detenerte y descansar antes de que efectivamente tu mente colapse y se queme de verdad como una procesador.
Ahora, si a las y los oficinistas nos ocurre esto con la carga mental aún sentados ante un escritorio por ocho horas diarias, imaginemos aquellas personas que, además de la carga mental que conlleva la precarización salarial para mantener a sus familias o a sí mismas, tienen que hacer esfuerzos físicos en empleos como obras públicas, recolección de residuos, mantenimiento de drenaje, ensamblaje en maquilas, cosecha en el campo, etcétera, y bajo el sol o en temperaturas heladas. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el principal factor de riesgo en muertes relacionadas con el trabajo son las largas jornadas laborales que representan 39.2 por ciento de los casos fatales.
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Si consideramos además que un amplio porcentaje de quienes son mano de obra comienzan a trabajar incluso antes de los 18 años, pensemos en qué momento tendrán el tiempo para concluir sus estudios básicos o una carrera.
Pensemos por un momento en las condiciones laborales que se desprenden de estas 48 horas de ley: en un empleo de lunes a viernes se te puede pedir que hagas una guardia en sábado sin necesidad de pago de horas extra porque “tu jornada en sí no cumple el horario por ley”; también, en el norte, específicamente en Ciudad Juárez, las jornadas laborales de lunes a viernes ascienden a nueve horas diarias bajo justificación de que “así tendrán libre todo el fin de semana”, sin embargo, quienes cubren estos horarios han declarado que al llegar el fin de semana no logran hacer ninguna actividad fuera de descansar sin poder pasar tiempo de calidad con su familia o amigos, tampoco logran concretar un ahorro para vacaciones dignas, ya que los salarios son sumamente bajos.
Entonces, si México es de lo países con las jornadas laborales más largas y trabajar mucho te lleva al éxito, ¿por qué los obreros que trabajan más no están logrando ni siquiera ahorrar? Algo no está bien con el mito de la meritocracia y los empresarios solo dicen que “40 horas semanales los afectaría profundamente”, pero ellos tienen capital suficiente para abrir otro hotel, otra fabrica, irse de vacaciones y aumentar su riqueza, mientras que los trabajadores difícilmente pueden cubrir necesidades básicas con los salarios vigentes, ¿de verdad no pueden verse un poquito afectados por la reducción de la jornada laboral en aras de que la mayoría de la población tenga tiempo libre para estudiar, descansar, vacacionar, criar, compartir y disfrutar del mundo tanto como ellos?
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