Carlos Sevilla

A finales de los setenta llegamos a Pachuca Fernando Moreno y yo. Antes, dos ocasiones, visita rápida. Esta fue la tercera (¿se dice la vencida?) para incorporarnos con un gran periodista, Don Fausto Marín Tamayo, director de El Sol de Hidalgo, matutino de Organización Editorial Mexicana (OEM), bajo la conducción de don Mario Vázquez Raña. Las oficinas, redacción y talleres se ubicaban en la primera calle de Guerrero.

En rápida reunión, nos presentaron. Hubo dos o tres frases comprometidas, “Bienvenidos”; sólo eso. Después, identificación con otros compañeros, no citados muy cronológicamente, Antonio Santos Mendoza “El Poni”, José Luis Martínez, Francisco Lozada, Jesús Bermúdez, Roberto Ramírez, Miguel López, Aida Hidalgo, hermanos Loaiza, Aída Suárez, Carlos Sevilla Jr., Jorge Luis Pérez, Juan José Fuentes, Julio Hernández, Liliana Castillo, Sonia Nochebuena, Javier Martín. Roberto González. Abraham Ramírez, Maximiliano Pérez, Alma Leticia Sánchez, Hémer Mendoza, Olga León, Martha Aidé Gallegos, Norma Angélica Pérez, Manuel Gómez. Igualmente con José Luis Rico, Erwin Reyes, José Luis Madrid, y dos hijos, Antonio y Humberto, Francisco Hernández, Eduardo de la Vega, René Acuña, David José Espinosa, Anselmo Estrada, Alberto González, César Silva, Carlos Camacho, Alberto Witbrun, Carlos Alberto Rodríguez  y Rolando García García.

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Fernando l. (Moreno) inicialmente iba a permanecer en Pachuca, pero después se incorporó a El Sol de Tulancingo, con Julián Arteaga. Allá, decía, había cumplimentado otra gran etapa de su vida.

Difícil el comienzo. Poco conocimiento de la geografía hidalguense. Años después una actividad laboral en el IMSS; muy apresurada, más nuevos conocidos. Vivir en Pachuca, más que agradable; pero buscar dónde, tras uno o dos meses de obligado hotel, llevaba a reflexiones.

Y lo vital, ayeres de la entidad, sobre todo gobernadores y atisbar quienes estaban al frente de fuentes de información, sobre todo estatales y municipales. En charlas con los compañeros surgían nombres, para ellos “pan de cada día”, para mí, bailoteo de signos de interrogación.

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Se citaban con frecuencia a Manuel Sánchez Vite, de proyección nacional, como Jorge Rojo Lugo. Y Huichapan, de la mano con Javier Rojo Gómez. De alguna forma tenía conocimiento vago. Escuchaba y preguntaba. Eso me sirvió cuando charlé con Sánchez Vite, en entrevista relámpago en un informe gubernamental, al que fue invitado, y con Jorge Rojo Lugo, en un tranquilo café cercano a la Avenida Juárez. Nos acompañó su hijo Jorge.

Hubo otra que mucho busqué, con Otoniel Miranda Andrade, quien por confusas explicaciones tuvo que dejar su puesto de mandatario que solo desempeñó pocos días de abril de 1975. Nos vimos en su casa. Empecé a apuntar y él muy correcto, atento, me dijo:” ¿Qué le parece si nos vemos en 15 días para que todo quede bien precisado?”. Ya no hubo oportunidad; surgieron otros temas. Y la cita se postergó para el infinito.

Por hoy, el espacio arropa sentidas remembranzas, con decisión de permanecer en la Bella Airosa, hasta el natural final.

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