La vida ya tenía marcado su destino. Nacido en la Ciudad de México, el trabajo lo llevó a la frontera norte, desde donde migró a Estados Unidos. Ahí conoció de cerca el sentimiento de estar lejos de la tierra que lo vio nacer, de salir a la calle a luchar por los derechos y de conocer a los líderes migrantes. Fue en ese contexto donde Manuel Aranda Montero, hoy director general de Atención al Migrante, se convirtió en activista.
Abogado de profesión, tiene una debilidad por el periodismo. Entre sus recuerdos está su infancia y adolescencia en la Ciudad de México, una etapa que considera privilegiada, en la que siempre tuvo lo necesario y hasta un poco más, señala.
De padre hidalguense, dice que siempre pelea su derecho de sangre, ese 50 % que heredó de su padre, Manuel, quien contrajo nupcias con Teresa Montero, su madre, originaria de la Ciudad de México. Ahí vivió hasta los 26 años. Con dos hermanas, Roxana, la mayor, y Verónica, la menor, Manuel es el “sándwich” de la familia. Sus padres, ambos profesores, siempre se preocuparon por darles educación a sus hijos.
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Aunque de joven soñó con ser biólogo marino —pues confiesa que el mar le atrae sobremanera—, finalmente decidió que la abogacía sería su medio de subsistencia. Sin embargo, no olvida su atracción por el océano. Entre sus recuerdos más vívidos está el haber salvado a tres personas de ahogarse: su hermana Verónica, su cuñado y un niño cuyo nombre nunca llegó a conocer. “Fue la vida nuevamente la que me puso en ese lugar”, relata.
El mar le dejó dos anécdotas más. La primera, cuando su cuñado fue arrastrado por la corriente en una zona de rompeolas en Mazatlán y estuvo a punto de ahogarse. La segunda, cuando rescató a un niño de apenas siete años, de cuya nacionalidad tampoco se enteró. “Son minutos que pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte”, recuerda.
Como abogado, su primer empleo lo consiguió en la aduana de Naco, Sonora, donde laboró durante un año. Posteriormente regresó a Pachuca, pero ante las dificultades económicas, volvió a la frontera. En total, vivió ocho años en la zona fronteriza. Durante ese tiempo, también probó suerte en Estados Unidos, donde conoció de cerca la problemática de los migrantes. Su caso fue distinto, pero al final, era un indocumentado más.
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“Era el momento del boom de la construcción, así que, junto con mi esposa, migré a Chicago para probar suerte”, relata. Ahí nacieron sus tres hijas: Azul, de 17 años; Teresa, de 16, y Ariadna, de 12.
Su experiencia como migrante no solo le permitió conocer la problemática de su comunidad, sino también motivarlo a intentar cambiarla. Por ello, busca que la Dirección de Atención al Migrante, en un futuro, pueda convertirse en una coordinación o incluso en una secretaría. Es consciente de que falta mucho trabajo, pero aspira a sentar las bases para que haya un antes y un después, y que los migrantes sean una prioridad.
Manuel tiene algo que no tolera: la falsedad y la falta de compromiso. Esta misma postura le generó problemas en la aduana donde trabajaba. “Yo solo quería hacer mi trabajo en paz”, señala.
Con un perfil nacionalista y de izquierda, pronto se interesó en la política, lo que lo llevó a ser fundador de Morena. Su trayectoria lo recomendó para dirigir la oficina de Atención al Migrante. Pero más allá del funcionario, también está el ser humano: el padre soltero que tiene a su cargo a dos de sus tres hijas, con quienes no tiene secretos.
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Aunque tras su divorcio sus hijas quedaron al cuidado de su expareja, con quien asegura tener una buena relación, nunca fue un padre ausente. Su mayor preocupación es que sus hijas sean mujeres independientes. “Parece que lo he logrado”, dice con satisfacción.
Al cerrar la puerta de su oficina y abrir la de su hogar, asume sus tareas domésticas. De hecho, una de las actividades que más disfruta es hacer las compras en una verdulería cerca de su casa.
Cuando se le pregunta si su físico —piel blanca y ojos azules— le ayudó en su paso como migrante, responde que de manera consciente no puede asegurarlo, aunque reconoce que pudo haber influido. Sin embargo, rechaza la discriminación en cualquier forma. “Debemos estar orgullosos de nuestras raíces. Si alguien cree que vale más por su color de piel, está muy equivocado”, enfatiza.
En medio de la polémica por la situación de los migrantes, Manuel Aranda Montero dice que la vida lo llevó a donde está porque algo debe cambiar. Está convencido de ello y, por eso, se levanta todos los días a trabajar.
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