La última vez que vimos en las salas de cine el trabajo de Bong Joon-Ho fue en el 2019 con su obra maestra Parasite, que le hizo ganar el Oscar a mejor director y mejor película, distinguiéndolo de otros cineastas y colocándolo en la elite de los realizadores de películas; era obvio que su regreso sería uno de los más esperados de los últimos cinco años.
Hace meses que se anunció que el surcoreano regresaba con una adaptación de la novela de Edward Nashton Mickey 7, renombrándola como Mickey 17 y que había llamado a talento pesado como Toni Colette, Mark Ruffalo, Steven Yeun y Naomi Ackie; todos iban a acompañar a Robert Pattinson, en quien recaería el protagónico.
Tras unos ajustes en el estreno, Mickey 17 llegó la primera semana de marzo, una comedia situada en el mundo de 2054 donde la clonación ya es posible, pero es prohibida. Mickey Barnes huye de una deuda impagable junto con su amigo y se enlista en el programa de “prescindibles” de una misión colonizadora que se dirige a un planeta. A Mickey lo regeneran cada vez que muere debido a los experimentos a los que es sometido, hasta que un día, en una expedición, Mickey sobrevive. Sin embargo, en la nave lo creen muerto y lo vuelven a replicar, dando como origen a dos Mickeys o “múltiples”, algo que no puede pasar.
La película con vibras de Nausicaä del Valle del Viento, de Hayao Miyazaki, es una buena idea en general. Por lo regular hemos sido espectadores de historias distópicas en las que el drama predomina de principio a fin; una propuesta fresca como Mickey 17 debía ser arriesgada. Puede que la crítica la haya recibido bien, pero es de pensarse por qué en taquilla le está costando trabajo.
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Pasa algo cuando Bong Joon-Ho se pasa al lado de Hollywood y pone sus cintas en manos de un estudio como Warner; no es que bajen de calidad, creo que es un asunto de limitaciones en el proceso del guión o simplemente me llama la atención que en su ambiente coreano, sus cintas sean más osadas y profundas (véase además de Parasite, Mother y The Host).
Otro de los detalles que le encontré a la cinta fue la falta del desarrollo de los personajes. Hay que hablar del trabajo que supuso la adaptación del libro de Nashton a la pantalla grande; es lógico que haya una que otra cosa que falte o que falle. En mi caso es esa falta de desarrollo de personajes que podría aportar más sustancia a la historia de Mickey. Me parece que le dan tanto peso a los 17 (o 18) Mickeys de Pattinson que nos olvidamos por completo de los demás personajes; algunos incluso hasta sobran y, si no estuvieran, no pasaría nada. Nunca se termina de redondear la historia; hay más cabos sueltos que Mickeys clonados.
Una reflexión que ha estado rondando por mi cerebro es que quiero que me guste la película por tener arraigado lo maravillosa que fue Parasite, con sus impecables e incomparables ritmos, sus plot twists puestos exactamente donde debían ir, su crítica social dura, cómica pero peligrosa y el manejo de personajes tan redondo que quiere pasar en Mickey 17, pero no termina de cuajar. Hay un final forzado y un epílogo que, si bien intenta atar algunos de los muchos cabos sueltos, hay una escena que lo arruina todo, en una especie de redención o vuelta de tuerca que no funciona para nada.
¿Qué es lo que rescato de Mickey 17? Le dieron tanto peso que era imposible que pasara desapercibida la actuación de Robert Pattinson. Desde hace años que el británico intenta quitarse la sombra del vampiro brilloso de Crepúsculo y tal parece que con cada actuación lo logra. A la fecha, Pattinson es un actor camaleónico, comprometido con la historia y que pronto tendría que tener por lo menos una nominación a un premio.
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En Mickey 17, Robert Pattinson saca provecho de su habilidad para manejar los acentos y sí, crea 18 para cada uno de sus clones, logrando esa fina línea que hace que el espectador pueda distinguirlos. El trabajo para desarrollar en sí a Mickey Barnes es algo que se debe aplaudir, pero que necesitaba el apoyo de sus compañeros para lucir todavía más.
Hay que decir que alguien que podría haber tomado esa oportunidad para hacer una mancuerna perfecta era Mark Ruffalo, con su político/intento de dictador Kenneth Marshall, personaje que por supuesto tiene sus tintes a la Donald Trump (y uno que otro político mexicano), pero que en su exagerado manerismo queda a deber. Sin embargo, es un acierto ver a Ruffalo en papeles que dejen atrás a Bruce Banner/Hulk.
Mención aparte merece la crítica al capitalismo y al trabajo con jornadas laborales extenuantes; el mensaje es claro: algunas empresas usan a sus trabajadores como un número más y sí, somos prescindibles; pero bueno, eso es un distintivo del cine de Bong, que sea en Hollywood o fuera de él, hay un claro enfoque en lo que las sociedades viven día con día.
Mickey 17 se queda en una película buena, pero no en lo espectacular que algunos imaginamos que sería y aún así no se merece que le vaya mal en taquilla; quizá, solo quizá, el tiempo le dé la razón a Warner y a Bong Joon-Ho… o no.
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La recomendación: Ya que estamos en el análisis de la sociedad, vean en Netflix la miniserie Adolescencia, producción de solo cuatro episodios con un claro y fuerte mensaje sobre la educación y las claves de la vida de los adolescentes en un mundo cada vez más peligroso, sumergido en redes sociales y tecnología.
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