Hay una paradoja extraña en el futbol mexicano. Nos llenamos la boca exigiendo procesos, pidiendo minutos para los jóvenes, reclamando oportunidades para los talentos locales… pero cuando alguien de 17 o 18 años se atreve a cruzar la línea de pintura rectangular, lo que recibe es una andanada de presión. Más que una crítica constructiva, se lanza un castigo casi moral por atreverse a fallar.

El caso más reciente es el del joven portero de Pumas. Cometió errores, sí. Nadie los niega. Pero los ha cometido también Malagón, que se comió goles impropios de un portero “inflado” por ser impuesto en la selección; se equivocó también el arquero de Cruz Azul, y ni hablar de Guillermo Ochoa, que ha tenido partidos para el olvido sin que eso le arrebate la confianza de técnicos, comentaristas y hasta de la afición, a sabiendas de que está en búsqueda de la “marca” de su marca, dejando en segundo plano lo deportivo.

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La diferencia está en el discurso pambolero: cuando falla el veterano, se le concede experiencia; cuando tropieza el novato, se le sentencia como si fuera imperdonable.

No es lo mismo fallar con 35 que con 17. Uno tiene toda una carrera para sostenerse, el otro apenas está entendiendo cómo se respira dentro de una portería profesional.

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Pero en México no entendemos los procesos, nos desespera lo inacabado. Nos llenamos de ansiedad por ganar ya, aunque eso signifique seguir apostando por los mismos nombres una y otra vez. Queremos nuevos talentos, pero no estamos dispuestos a pagar el precio de su aprendizaje.

Pachuca ha sido la excepción en los últimos años. Su estructura, casi de laboratorio, permite formar jugadores foráneos y locales desde edades tempranas, darles continuidad, acompañarlos incluso cuando se equivocan.

Es la única institución que ha comprendido que el futbol de cantera no es una moda, sino una convicción y un negocio. Pero fuera de ahí, la mayoría de los clubes sigue operando con miedo. Y el miedo no deja crecer a nadie.

¿Está preparado un joven de 17 años para ser portero en Primera División? Tal vez no del todo.

Pero si no lo está ahora, tampoco lo estará dentro de cinco años si nadie se atreve a darle la oportunidad.

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Ser portero es cargar con los errores a la vista de todo mundo. Pero ser joven en el arco mexicano es cargar, además, con la impaciencia de un país que dice creer en el futuro y cree saber de futbol, pero se desespera si tarda más de noventa minutos en hacerse presente.

Venga Rodrigo, ignora las críticas, levanta la cara y sigue intentándolo, de eso se trata el futbol, y la vida.

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