Dinorath MotaDinorath Mota

Maestro de profesión, político por vocación, Pedro Porras es el director general del Instituto de Educación para los Adultos (IEAH). En su memoria revive los años de su niñez en el campo, en su natal Tezontepec de Aldama; su etapa como estudiante normalista en Chilpancingo, Guerrero, donde enfrentó a una de las figuras más imponentes y represoras de la política nacional, Rubén Figueroa; o el día en que sintió que el mundo se derrumbaba mientras su esposa estaba hospitalizada. Sin embargo, en el recuento de los años, el saldo es positivo: Pedro Porras es un hombre afortunado.

Corrían los años 60 en Tezontepec, dentro del seno de una familia humilde compuesta por ocho hermanos. Relata que, al ser el mayor, debía ayudar a sus padres en las tareas del campo para sostener a la familia. También recuerda cómo el anhelo de disfrutar un bolillo con plátano acompañado de una Coca-Cola se convirtió en el mayor sueño de su infancia. Finalmente, logró cumplirlo con su salario de 12 pesos que ganó en la pizca de tomate.

Había muchas carencias en esos años: no había mochilas, zapatos escolares o dinero para comprar un dulce. Por ello, su idea era convertirse en ingeniero o licenciado, pero la única opción a su alcance era el magisterio. Intentó ingresar a la Escuela Normal del Mexe, pero no lo logró debido a la alta demanda. Esa era la única opción para los hijos de campesinos y de familias de bajos recursos. Sin saberlo entonces, este hecho marcaría su camino.

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Junto con algunos jóvenes, inició un movimiento de resistencia para conseguir un lugar en la escuela. Aunque no tuvo éxito, fue enviado con una beca a la Escuela Normal Federal Ignacio Ramírez en Chilpancingo, Guerrero. Mientras estudiaba, comenzó su activismo; las demandas por mejoras en el plantel y la calidad educativa eran los estandartes que abanderaba el Comité Estudiantil, del cual formó parte.

Pedro Porras, foto: Dinorath Mota

Entre las anécdotas de esos años, recuerda el día que visitaron al gobernador Rubén Figueroa Figueroa. Primero fueron recibidos por su secretaria, Norma Brito, quien intentó desanimarlos a entrar con el mandatario bajo el argumento de que “eran buenos muchachos”.

Pedro pensaba entonces que los gobernadores no decían groserías, pero cuando entraron a pedirle instrumentos para la banda de guerra, autobuses para acudir a la Ciudad de México y un terreno para la escuela, recuerda cómo el semblante del mandatario se tornó en enojo mientras soltaba: “Yo no trato chingaderas, vayan con el Oficial Mayor”. Ese fue su primer golpe con la realidad política, con la que se toparía frecuentemente después.

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Al terminar sus estudios, regresó a Hidalgo, y el destino lo llevó a prestar sus servicios en su tierra natal, Tezontepec, donde fue maestro por 18 años. Luego vendría la segunda etapa de su vida: la política. Participó en el PRD y como secretario municipal. Más tarde fue alcalde, seguido por la diputación y nuevamente edil. En esos años, enfrentó la etapa más álgida del robo de combustible: personas sin vida y balaceras marcaron lo más difícil de su vida profesional.

Sobre todo, recuerda que estuvo solo en esa lucha, sin apoyo del estado ni de la Federación.

Considera que fueron sus años como maestro los que le dieron la fortaleza para mantenerse firme en la alcaldía. A pesar de los años transcurridos, aún recuerda las pérdidas personales que hubo, como la falta de tiempo para estar con sus hijos y el día en que su esposa fue internada por una enfermedad en el ISSSTE mientras él estaba lejos. “He ayudado en todos estos años a muchas personas en distintas situaciones, y en ese momento no supe qué hacer. Se me cerró el mundo”, comenta. Pero la suerte no lo abandonó, y las cosas no pasaron a mayores.

Pedro Porras, foto: Dinorath Mota

En la vida, a veces hay segundas oportunidades, y Pedro Porras tuvo la suya, tras un grave accidente que sufrió mientras regresaba a su domicilio, a la altura del lugar conocido como “Dos Cerros”. Una grúa pasó el tope e invadió su carril, causando la pérdida total de su camioneta. Según los paramédicos que atendieron el accidente, volvió a nacer.

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El ritmo de trabajo ha disminuido con los años, comenta, ya que estos no pasan en vano. Sin embargo, al regresar al hogar, irremediablemente extraña el trabajo. Un trabajo que le ha demandado tiempo y le ha quitado momentos con su familia, pero que, a cambio, le ha dado el bienestar de los suyos. Por eso y mucho más, Pedro Porras se considera un hombre con suerte.

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