Lo que tienes que saber
- Su protagonista, con su traje plateado y sus movimientos exagerados, se convirtió en un ícono del internet y en un símbolo de una época en la que los videojuegos podían ser raros, experimentales y, aun así, irresistiblemente divertidos.
- A lo largo de los años, Pepsiman pasó de ser una rareza a convertirse en un título de culto.
- Hoy, sigue siendo recordado con cariño, mencionado en videos, memes y recopilaciones, pero siempre con el mismo respeto que se le tiene a los juegos que lograron ser únicos sin necesitar nada más.
Hay juegos que no necesitan grandes historias, mundos abiertos ni gráficos espectaculares para quedarse grabados en la memoria. A veces, basta con una idea simple, una jugabilidad directa y toneladas de diversión. Pepsiman, lanzado en 1999 para PlayStation, es el ejemplo perfecto de que la sencillez, cuando se combina con carisma y ritmo, puede trascender el paso del tiempo. No hacía falta más que un héroe azul, una cámara corriendo detrás de él y una lata de refresco como estandarte para crear un clásico tan absurdo como inolvidable.
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La historia era tan ridícula como encantadora. En cada nivel, Pepsiman debía llevar Pepsi a los sedientos ciudadanos del mundo mientras esquivaba camiones, bicicletas, cajas y un sinfín de obstáculos imposibles. No había conspiraciones, villanos ni giros dramáticos: solo un hombre metálico, un cronómetro y la necesidad de saciar la sed global con estilo. Entre niveles, breves escenas con un hombre real bebiendo Pepsi añadían ese toque surrealista que solo los juegos de finales de los noventa podían tener.
Los niveles recorrían lugares cotidianos: barrios, carreteras, fábricas, ciudades en caos y desiertos interminables, todos acompañados de un diseño colorido y dinámico. Cada escenario incrementaba el ritmo y la dificultad, haciendo que el jugador pasara de esquivar objetos con precisión a reaccionar por puro instinto. Su estructura lineal recordaba los clásicos juegos arcade, donde la recompensa no era la historia, sino el desafío de superar tu propio límite.

La jugabilidad era tan simple como adictiva: correr, esquivar, deslizarse y saltar al ritmo frenético de la música. No había necesidad de tutoriales ni complicaciones; Pepsiman se explicaba a sí mismo en los primeros segundos. Era una experiencia pura, directa, casi hipnótica, que atrapaba al jugador por su fluidez y por esa constante sensación de “una partida más”. Los reflejos se convertían en tu mejor aliado, y cada error solo alimentaba las ganas de volver a intentarlo.
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La música, compuesta por los artistas de la banda Metal-Yuha, era una mezcla de rock, funk y pop noventero, tan pegajosa como refrescante. Cada nivel tenía su propio ritmo, una energía contagiosa que te hacía mover la cabeza mientras esquivabas obstáculos a toda velocidad. Pero lo que realmente la convirtió en leyenda fue su tema principal, con su coro repetitivo —“Pepsiman!”— que se quedó grabado en la memoria colectiva de toda una generación. Era imposible no sonreír, no contagiarse de ese entusiasmo tan absurdo y tan genuino.

Lo más curioso es que, a pesar de su origen promocional, el juego nunca se sintió como una publicidad forzada. Pepsiman era, ante todo, una celebración de la diversión sin pretensiones. Su protagonista, con su traje plateado y sus movimientos exagerados, se convirtió en un ícono del internet y en un símbolo de una época en la que los videojuegos podían ser raros, experimentales y, aun así, irresistiblemente divertidos.
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A lo largo de los años, Pepsiman pasó de ser una rareza a convertirse en un título de culto. Su humor involuntario, su dificultad sorprendente y su identidad visual lo transformaron en un fenómeno nostálgico. Hoy, sigue siendo recordado con cariño, mencionado en videos, memes y recopilaciones, pero siempre con el mismo respeto que se le tiene a los juegos que lograron ser únicos sin necesitar nada más.
Porque Pepsiman no intentó ser un héroe épico ni un símbolo de poder.
Solo quiso correr, entregar refrescos y hacernos reír.
Y en esa sencillez encontró su grandeza.
Porque en un mundo de historias cada vez más complejas, Pepsiman sigue recordándonos algo esencial: que la diversión pura, sin adornos ni pretensiones, nunca pasa de moda.
Mi estimado Dr. Prada , ¡muchas gracias por la inspiración para esta columna!
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