Sandy Franco

Comenzamos septiembre conmemorando nuestro cine, ese que a veces y tristemente vemos por el encima del hombro de Hollywood, ese que saca a la vista nuestras raíces y la riqueza cultural que poseemos, ese que enseña con crudeza la sociedad en las que nos hemos convertido, esa que pide a gritos ser orgullo y no burla.

En las siguientes semanas recordaremos títulos emblemáticos, desconocidos y revisaremos algunos nuevos; qué hicieron, qué hacen y qué harán los cineastas mexicanos para ubicar al país como un lugar importante en el mundo del séptimo arte. Este miércoles comenzamos con la época de oro del cine nacional.

Es bien conocido que, en México, una de las épocas más prolíficas de la industria del cine es la llamada época de oro, que comprende de 1936 a 1956, son 20 años en los que las producciones catapultaron a México como el centro de películas latinoamericanas y de habla hispana.

Desde las comedias rancheras con realizadores como Fernando de Fuentes o Ismael Rodríguez, pasando por el cine de rumberas con figuras como María Antonieta Pons y Ninón Sevilla, hasta llegar al cine de terror y fantasía con cineastas como Chano Urueta y Fernando Méndez, la época de oro del cine nacional es la gran base de lo que ahora conocemos como cine mexicano, el antecedente más exitoso en la realización de películas.

Vamos a destacar cuatro producciones sin las que el cine nacional no sería nada hoy en día, clásicos que seguramente hemos visto, pero que no habíamos reconocido apropiadamente.

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Allá en el rancho grande

De la mente de Fernando de Fuentes, con la fotografía del consagrado Gabriel Figueroa, la cinta que entra dentro del género comedia ranchera, es uno de los distintivos de la época dorada del cine, con las actuaciones de Tito Guizar y Esther Fernández, Allá en el rancho grande definió cómo se contaban las historias en las que la música y la cultura popular eran otros protagonistas.

Dos tipos de cuidado

Clásico del cine mexicano ¿quién no recuerda la icónica escena del duelo de coplas entre dos grandes de esos años: Jorge Negrete y Pedro Infante, las grandes voces de quienes han sido la representación de un auténtico mexicano (que probablemente envejeció mal con el paso del tiempo) con una historia que nos muestra usos y costumbres del México de 1953.

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Aventurera

Del cine de rumberas, esta cinta logró colarse a través de los años, hasta aterrizar como un espectáculo de teatro devenido a un nido de chismes; en 1950, la sociedad disfrutaba de las noches en cabarets y salones, en los primeros, mujeres bellas bailaban ritmos antillanos y se ponía en tela de juicio la moral de dichas personas.

Esa fue una de las premisas del cine de rumberas, aportación a la cinematografía mundial de parte de México y ese era también el concepto inicial de Aventurera, donde la vida de una mujer cambia de la noche a la mañana, convirtiéndola en una bailarina exótica en Ciudad Juárez maltratada por su proxeneta; la cinta (con Ninón Sevilla), como buena producción mexicana, ofrece también una mirada crítica al país de aquel entonces.

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Ladrón de Cadáveres

Si algo distingue al cine mexicano, es el género del terror, en sus inicios este tipo de cine es algo curioso, pero pone en el plato los antecedentes de lo que vendría después con cintas como El Vampiro con German Robles o las películas de Santo y Blue Demon, pues precisamente, Fernando Méndez juega con el terror y algo tan característico de México como la lucha libre para contar una historia que ya es de culto.

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