Dinorath MotaDinorath Mota

En la vida hay batallas que se ganan y otras que se pierden. Y aunque a veces el camino parezca difuso, la brújula siempre marca el rumbo. Así fue como Rafael Castelán encontró en el activismo su propósito, un sendero que lo llevaría a una de las mayores recompensas de su carrera. Recuerda con claridad aquella tarde en la que, al caminar por la calle, alguien le gritó: “¡Rafa, Rafa, gracias! Porque sin tu ayuda, yo no estaría aquí”. Sin saberlo, había salvado una vida. Así ha sido su andar en el activismo, el mismo que trazó la historia de un niño campesino que se convirtió en defensor de los derechos humanos.

Rafael nació en el seno de una familia campesina. Sus padres, Damián y Georgina, originarios de la comunidad de San Nicolás El Grande, en la frontera con San Antonio Farías, Tulancingo, no tuvieron la posibilidad de recibir una educación formal, lo que influyó en su visión de la importancia del conocimiento. Desde entonces, se convirtió en un educador.

Fue el “sándwich” entre sus hermanos: uno migró a Estados Unidos, otro se destacó en el ámbito de la informática en la Ciudad de México y su hermana menor, Reyna, formó su propia familia. Sus primeros años los vivió en el campo, cerca de una presa frente a su casa, que se convirtió en su parque de diversiones.

LEE: Renuevan Radio y Televisión de Hidalgo con mayor cobertura

Foto: Facebook Rafael Castelán.

Él se asume como un niño campesino porque su familia trabajaba la tierra y criaba ganado. A los seis años, su padre compró una ternera llamada Canela, un animal que terminó marcando la vida de todos.

Con el tiempo, Canela tuvo una descendencia que llegó a formar un hato de 15 a 20 cabezas de ganado. Pronto dejó de ser solo un animal de traspatio y se convirtió en parte de la familia. Cuando murió, todos en casa lloraron.

Durante su infancia no tenía claro qué sería de su futuro, pero en sus aspiraciones quería ser comunicólogo . La vida, sin embargo, lo llevaría por otro camino. Desde los 12 años soñaba con cambiar el mundo y comenzó a involucrarse en diversos grupos sociales y eclesiásticos, destacó rápidamente como un líder natural. Poco a poco, el gen del activismo fue surgiendo sin que él lo supiera.

Su conciencia social se profundizó al ingresar a la UNAM para estudiar la carrera de Físico Matemátic, pero eran tiempos de huelga y decidió dejar la universidad para tranquilidad de sus padres. Ya en ese entonces empezaba a conocer algunos grupos revolucionarios como el Frente Popular, que promovía la transformación social a través de la revolución. Incluso llegó a pensar que la lucha armada podría ser una posibilidad real, hasta que entendió que ese no era el camino. Más adelante simpatizó con el zapatismo e incluso visitó Chiapas para realizar labor social, aunque también cuestionó el liderazgo único del entonces llamado subcomandante Marcos.

Todavía sin una ruta clara en su vida, un día, mientras trabajaba en un proyecto educativo dentro del penal de Tulancingo, encontró un folleto que marcaría su destino. Descubrió la carrera de Intervención Educativa y a los 24 años ingresó a la Universidad Pedagógica Nacional. Ahí entendió que la lucha no tenía que ser armada ni violenta, y encontró en la educación un instrumento de transformación social.

CHECA: “Rata de dos patas”: el único hombre útil para Paquita

Foto: Facebook Rafael Castelán.

Su evolución ha sido constante desde aquellos días en los que organizaba a su comunidad. Con el tiempo, su compromiso con la inclusión social creció, y al terminar sus estudios fundó la organización Servicios de Inclusión Integral y Derechos Humanos A.C. (Seiinac). Lo que comenzó como un proyecto de servicio social se convirtió en una organización con estructura y enfoque claro en la defensa de los derechos humanos.

Al preguntarle si alguna vez imaginó la existencia de una organización como la que ahora encabeza, responde que sí lo veía como una posibilidad, pero no como su destino.

Más allá de su trabajo, Rafa sueña con viajar, vivir en otro país y alejarse del ritmo acelerado de la lucha social para encontrarse consigo mismo. Europa, dice, podría ser parte de esos sueños. Rafael Castelán también tiene una característica: sonreír, y sonreír mucho. Pero en la vida no solo se trata de eso, también hay que ser críticos y solidarios.

En su andar, también recuerda el momento en que intentó cabildear su candidatura para la Comisión de Derechos Humanos. Ahí vivió una gran decepción. Durante su entrevista con un diputado, le hicieron tres preguntas que le dejaron claro que no tenía posibilidad de llegar al cargo: “Si el gobernador violenta los derechos humanos, ¿qué harías?”, ”¿Me garantizas que nunca tocarás al gobernador?” y “Si te apoyamos, ¿cuántas plazas nos vas a dar?”.

Con la claridad de su formación y de los años de experiencia, respondió que los derechos humanos están por encima de cualquier funcionario. Quizá por eso no está en ese espacio. Sabía que la política era sucia, pero vivirlo en primera persona dice fue una decepción.

Sin embargo, también ha tenido batallas ganadas. Entre ellas, aquella vez en la que un joven se le acercó en la calle y le gritó: ”¡Rafa, Rafa, gracias!”. Al preguntarle por qué le agradecía, supo que ese joven, quien había asistido a uno de sus campamentos de verano, había estado al borde del suicidio, y fue gracias a Rafa y su equipo que logró salir adelante.

Hoy, Rafael Castelán disfruta la vida, tiene proyectos por cumplir y sueños por realizar. Su vida personal y su trabajo de defensor de los derechos humanos no se pueden separar, porque para él, uno forma parte del otro. Y los dos, en conjunto, son él.

Suscríbete a nuestro canal de WhatsApp y entérate de todas las noticias al instante.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *