KATHYA MORENO“La famosa Hacienda Chimalpa alberga una leyenda al amor prohibido…”.

“En lugares como Metztitlán, el turismo religioso ha servido para revitalizar antiguos conventos agustinos, abrir rutas históricas y generar empleo sin perder el respeto por la espiritualidad que les da origen.

La Semana Santa, más allá de su dimensión litúrgica, representa una de las temporadas de mayor movimiento social y económico en todo México. Hidalgo no es la excepción. Este estado, rico en tradiciones, historia y espiritualidad, se convierte durante estos días en un escenario vivo donde convergen la fe, la cultura y el turismo.

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Pero ¿cómo impacta realmente el turismo religioso en Hidalgo? ¿Y qué papel juega en la preservación de las tradiciones y en la economía local?

Durante la Semana Santa, miles de personas se movilizan hacia municipios como Actopan, Zimapán, Metztitlán o Mineral del Chico, atraídos por sus representaciones del Viacrucis, procesiones, ferias tradicionales y actividades culturales que giran en torno a la Pasión de Cristo. Este flujo de visitantes significa ingresos directos para comerciantes, artesanos, cocineras tradicionales, guías de turismo y operadores locales. Muchos de ellos se preparan durante semanas o meses para esta temporada, sabiendo que representan un impulso económico vital para sus familias.

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El turismo religioso, a diferencia del turismo convencional, se caracteriza por una búsqueda de sentido. Los visitantes no solo buscan entretenimiento, sino experiencias que los conectan con lo sagrado, con lo auténtico y con lo colectivo. Esto genera un espacio propicio para que las comunidades compartan su identidad con orgullo, desde las danzas y los cantos hasta los platillos típicos de la temporada, como los romeritos, los nopales, las habas, los dulces tradicionales y el pan artesanal.

Sin embargo, este tipo de turismo también plantea desafíos. La masificación puede amenazar la esencia misma de las celebraciones si no se gestiona con cuidado. La pérdida de solemnidad, la comercialización excesiva o la falta de respeto por los espacios sagrados son riesgos que deben ser atendidos desde una política turística con sensibilidad cultural.

Hidalgo ha sabido caminar esa línea con dignidad en muchos de sus municipios. Hay ejemplos inspiradores de colaboración entre autoridades, iglesias, comités ciudadanos y prestadores de servicios, que logran equilibrar el aspecto espiritual con el atractivo turístico, sin trivializar las prácticas religiosas.

Por ejemplo, en lugares como Metztitlán, el turismo religioso ha servido para revitalizar antiguos conventos agustinos, abrir rutas históricas y generar empleo sin perder el respeto por la espiritualidad que les da origen. Estas experiencias demuestran que es posible fomentar un turismo que no solo sea rentable, sino también respetuoso, educativo y profundamente humano.

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Semana Santa, en el fondo, nos invita a detenernos, a mirar hacia dentro, a recordar lo que nos une como comunidad. En tiempos donde todo parece acelerarse, este tipo de turismo nos recuerda que hay otras formas de viajar, más lentas, más conscientes, más conectadas con lo que somos como pueblo.

Hidalgo tiene en sus tradiciones religiosas un tesoro invaluable, no solo para quienes las viven, sino para quienes las descubren.

Que esta Semana Santa nos deje algo más que fotografías: que nos deje el deseo de volver con respeto, de aprender con humildad.

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