Camino y a cada paso invento una ciudad cuyo nombre es Pachuca. Surgen calles oscuras, ebrios que sufren su soledad con una botella de alcohol en una plaza sucia y mal iluminada. En medio del frío. Enamorados protegidos por la discreta privacidad de cualquier esquina donde, sin saberlo, otros también se amaron hace años. Veo la basura que se acumula en estas calles que parecen de otro mundo, las cucarachas que cruzan las aceras ya sin miedo alguno de que las pisen ante el puesto de elotes y esquites de la avenida Juárez.
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Veo mi cuarto de alquiler, siento el silencio como una sentencia irrevocable, la simplicidad de una cama solitaria, la pequeñez de la existencia, una linterna sin luz y como un cuchillo el escritorio donde imagino textos que trascienden y que no pasan de la primera hoja. Vamos, ni un pinche enunciado decente. Veo el alumbrado público que se cuela entre las cortinas. Escribo: “Una vez más llegas a la soledad del sillón en la noche sin ella, a la habitación sin ella, la madrugada sin ella, donde imaginas su cabello sobre tu rostro anhelante, su cuerpo tibio y vibrante contra el tuyo en el desierto de los insomnios”. Suprimo el párrafo, malísimo.
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Cuando despierto me aferro a la esperanza de que algo cambiará y que no tendré que enfrentar las consecuencias del sin sentido de mi vida, nuestra vida, pero todo sigue igual, incluso peor que la noche anterior. Ni modos, mano.
Siento una punzada en la cien y otra más al mover la cabeza y permanezco tendido sobre la cama con los ojos cerrados, esperando a que pase el dolor. Imagino alfileres que se incrustan en mi craneo del lado izquierdo, constantes, sin piedad.
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Pienso: Defendía como gato acorralado las causas más desesperadas. Nunca lo irreal había sucedido en lo cotidiano, en el desorden de esta ciudad, hasta que un día ocurrió sin previo aviso. Entonces, el silencio no es opción mientras que las alcantarillas golpean con su olor a mierda. Pachuca como metáfora, digo, pero ¿de qué?.
Digo Pachuca como bien podría gritar llovizna y aire. Una calle llena de baches y una plaza que se vislumbra en la neblina de un amanecer ya olvidado, quizá soñado. Calle mojada y sequía de pastos secos. Otra vez los deshechos se amontonan en los tambos mientras una cumbia preludia un orgasmo en un baño público. Habrá que seguir caminando, huyendo de la vigilia de la noche, buscando respuestas entre los desperdicios del mercado Barreteros o Primero de Mayo, entre las pintas del Reloj Monumental, en los callejones de los barrios mineros, subiendo puentes, repasando glorietas, flotando en los ruidos de la ciudad, sobrellevando esta ingrata vida, dónde sea.