Cuando hablamos de videojuegos que marcaron un antes y un después, pocos nombres resuenan con tanta fuerza como Super Smash Bros Melee. Lanzado en 2001 para la Nintendo GameCube, esta segunda entrega de la saga no solo expandió las bases de su predecesor en Nintendo 64, sino que se convirtió en un fenómeno cultural y competitivo que, dos décadas después, sigue vigente en torneos y comunidades de todo el mundo.
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Lo primero que atrapaba era su música, que convirtió escenarios ya icónicos en auténticos templos de nostalgia y emoción. Cada pista reimaginaba melodías clásicas de las sagas de Nintendo con arreglos orquestales vibrantes que transmitían épica, energía y pertenencia. Temas como el de Hyrule Temple, Fountain of Dreams o Final Destination no solo acompañaban los combates, sino que los transformaban en experiencias cargadas de intensidad. Era un soundtrack que celebraba la historia de Nintendo, al mismo tiempo que dotaba a Melee de una identidad única.

La jugabilidad competitiva fue lo que lo elevó al estatus de leyenda. Con un ritmo frenético, un control preciso y un nivel de profundidad inesperado, Melee ofrecía a los jugadores avanzados un lienzo perfecto para desarrollar técnicas y estrategias que iban mucho más allá de lo que Nintendo había anticipado. Movimientos como el wavedash, el L-canceling o las cadenas infinitas se convirtieron en parte del vocabulario competitivo, transformando a Melee en un título con una curva de aprendizaje tan exigente como satisfactoria. Era un juego que premiaba la práctica, la dedicación y la creatividad, y que convertía cada enfrentamiento en un espectáculo irrepetible.
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El impacto en la industria y en los juegos de pelea fue incuestionable. Melee rompió las barreras de lo que significaba un título de lucha: no era un enfrentamiento tradicional en barras de vida, sino un sistema dinámico donde la física, el posicionamiento y el control del espacio eran la clave. Esto atrajo a jugadores casuales, que lo disfrutaban como un festín de diversión entre amigos, pero también a una comunidad competitiva que lo llevó a escenarios como EVO, el torneo más importante de juegos de pelea del mundo. Su permanencia durante años en la escena profesional, a pesar del paso del tiempo y de nuevas entregas, es testimonio de su perfección casi accidental.

En mi caso, Melee no fue solo un juego competitivo, sino el centro de incontables reuniones familiares. Recuerdo horas y horas jugando con mis primos y mi hermano, turnándonos el control entre risas, gritos y momentos de pura euforia. Cada victoria era celebrada como una hazaña épica, y cada derrota se convertía en la excusa perfecta para exigir una revancha inmediata. Más allá de las técnicas avanzadas o los torneos, Melee era para nosotros una máquina de recuerdos, una forma de estar juntos y de convertir simples combates en anécdotas que aún seguimos contando.
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Más allá de los torneos, Melee también revolucionó la forma en que entendemos la memoria de los videojuegos. Fue un punto de encuentro entre lo nostálgico y lo moderno: un museo jugable donde convivían Mario, Link, Pikachu, Samus y decenas de personajes más, todos interactuando en combates que eran, al mismo tiempo, un homenaje y una reinvención de sus sagas originales.
Hoy, Super Smash Bros. Melee no es solo un videojuego. Es una leyenda viva, un título que demostró que los juegos de pelea podían ser tanto espectáculo competitivo de élite como fuente inagotable de diversión casual. Es un símbolo de cómo una fórmula simple golpear, resistir y lanzar al rival fuera del escenario, puede transformarse en arte cuando se ejecuta con precisión y pasión.
Porque al final, Melee no solo se juega: se vive. En cada nota de su música, en cada técnica perfeccionada tras horas de práctica, en cada grito de público en un torneo o en cada risa compartida en una sala llena de familiares, late la prueba de que este título no fue un accidente feliz, sino una revolución que cambió para siempre la forma en que entendemos los videojuegos de pelea.
- Portada
- Super Smash Bros Melee: la perfección de las peleas
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