Henry Sevilla

Cuando Nintendo se encontraba en uno de los momentos más críticos de su historia, tras el fracaso comercial de la Wii U, la compañía sabía que su supervivencia dependía de una carta fuerte, una apuesta maestra que pudiera devolverle el prestigio perdido. Fue entonces cuando se tomó la decisión de acompañar el lanzamiento de su nueva consola, la Nintendo Switch, con una de sus franquicias más legendarias: The Legend of Zelda.

La responsabilidad cayó sobre los hombros del veterano productor Eiji Aonuma, quien comprendía que la fórmula clásica de la saga, si bien exitosa en el pasado, ya no era suficiente. Había llegado el momento de revolucionar el concepto mismo de un juego de Zelda.

Suscríbete a nuestro canal de WhatsApp y entérate de todas las noticias al instante

Y así, en 2017, nació The Legend of Zelda: Breath of the Wild, desarrollado por Nintendo EPD en colaboración con Monolith Soft. Este título no solo se convirtió en el buque insignia de la Switch, sino que redefinió el género de mundo abierto y marcó un antes y un después en la industria del videojuego.

Breath of the Wild rompió con la estructura tradicional de la saga. Desde el primer momento, el jugador se encuentra en un vasto mundo abierto con una premisa simple pero poderosa: “Ve a donde quieras, haz lo que quieras, cuando quieras”. Esta libertad absoluta permite que incluso sea posible enfrentarse a Ganon desde el inicio del juego, sin completar ninguna misión principal.

SIGUE LEYENDO: Banjo-Kazooie: El Rugido Dorado de Rare

El diseño de mundo abierto se siente orgánico, lleno de descubrimientos, secretos y actividades por realizar. Puedes explorar santuarios, recolectar recursos, cocinar, fotografiar criaturas, escalar montañas o simplemente caminar y disfrutar del paisaje. Cada rincón del reino de Hyrule invita a la curiosidad y a la experimentación.

Uno de los elementos más disruptivos fue la inclusión de un sistema de armas desechables, lo cual cambió la manera en que el jugador se relaciona con el combate. La legendaria Master Sword ya no es el centro de la experiencia; ahora, desde ramas de árbol hasta espadas gigantes, todo puede usarse y romperse en combate, obligando a adaptarse constantemente.

A esto se suman las habilidades de la tableta Sheikah, que permiten manipular el entorno de formas creativas: crear bombas, detener el tiempo de objetos, manipular metales o formar bloques de hielo. Estas mecánicas no solo enriquecen el combate, sino también la resolución de acertijos y la exploración.

Visualmente, el juego combina un estilo cel-shading con una paleta de colores suaves que crean una atmósfera mágica y atemporal. Pero es en lo sonoro donde Breath of the Wild se atreve a ser minimalista: en lugar de grandes temas orquestales, opta por música ambiental sutil, donde los sonidos naturales del viento, el agua o los pasos del protagonista se funden con ligeros arreglos melódicos que evocan serenidad, misterio o peligro, según la situación.

TE PUEDE INTERESAR: Clair Obscure: Expedition 33 – El nacimiento de una leyenda contemporánea

The Legend of Zelda: Breath of the Wild no solo salvó a Nintendo, sino que reinventó el estándar de lo que puede ser un videojuego de mundo abierto. Su influencia se percibe en títulos posteriores como Genshin Impact, cuya inspiración en BotW es innegable, aunque con un enfoque estético y narrativo diferente.

En resumen, Breath of the Wild es una obra maestra contemporánea. No es simplemente un juego más en la saga Zelda, sino una experiencia que marcó a una generación y que será recordada como uno de los títulos más influyentes del siglo XXI.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *