Lo que tienes que saber
- En una época en la que los videojuegos inspirados en series animadas solían ser olvidables, este logró capturar la esencia de Los Simpson con una mezcla perfecta de humor, libertad y caos.
- Cada línea de diálogo, cada misión y cada escena estaban llenas de guiños a la cultura pop, referencias a episodios clásicos y ese tipo de humor que solo la familia amarilla podía ofrecer.
- Este cuidado por los detalles convirtió al juego en una carta de amor a la serie, hecha por personas que claramente la entendían y la amaban.
Hay juegos que nacen de la parodia, pero terminan convirtiéndose en clásicos por derecho propio. The Simpsons: Hit & Run, lanzado en 2003, es uno de esos casos únicos en que un título licenciado no solo cumplió con las expectativas, sino que las superó con creces. En una época en la que los videojuegos inspirados en series animadas solían ser olvidables, este logró capturar la esencia de Los Simpson con una mezcla perfecta de humor, libertad y caos. Era Springfield hecho jugable: un mundo donde cada esquina escondía una broma, una referencia o un desastre esperando suceder.
La historia de Hit & Run fue sorprendentemente elaborada, especialmente para tratarse de un juego basado en una caricatura. Todo comienza con una invasión secreta de extraterrestres, los inolvidables Kang y Kodos, que, desde las sombras, están manipulando a los habitantes de Springfield. Extraños dispositivos, cámaras ocultas y una misteriosa bebida llamada “Buzz Cola” comienzan a alterar el comportamiento de todos. Lo que parece una historia absurda se transforma en una aventura épica que involucra espionaje, persecuciones y teorías conspirativas, siempre con el humor característico de la serie.
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Lo más notable es que el guion fue escrito por los propios guionistas de Los Simpson, quienes lograron trasladar el tono sarcástico, rápido y autocrítico del programa a un entorno interactivo. Cada línea de diálogo, cada misión y cada escena estaban llenas de guiños a la cultura pop, referencias a episodios clásicos y ese tipo de humor que solo la familia amarilla podía ofrecer. Jugarlo era como vivir dentro de un episodio extendido de la serie, con la libertad de hacer lo que siempre soñamos: atropellar a Flanders, robar el coche de Snake o recorrer Springfield sin rumbo mientras escuchábamos a Homer gritar “D’oh!” por décima vez en cinco minutos.
El reparto de personajes fue un auténtico homenaje a los fans. No solo estaban los protagonistas habituales Homero, Marge, Bart, Lisa y Apu, sino también decenas de secundarios con misiones y diálogos únicos. Cada uno conservaba su esencia intacta, con sus voces originales y sus personalidades perfectamente reconocibles. Este cuidado por los detalles convirtió al juego en una carta de amor a la serie, hecha por personas que claramente la entendían y la amaban.
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En cuanto a jugabilidad, Hit & Run mezcló lo mejor de la estructura de Grand Theft Auto con el encanto de Springfield. Podías conducir libremente, atropellar peatones sin consecuencias graves, destrozar mobiliario urbano o cumplir misiones absurdas que iban desde recoger donas hasta frustrar conspiraciones alienígenas. Su ritmo dinámico, su humor constante y su mundo abierto, aunque limitado para los estándares actuales, ofrecía una sensación de libertad que pocos juegos lograban en esa época.
La música, compuesta por Allan Grosch y Steve Duckworth, fue el alma del juego. Lejos de reciclar melodías de la serie, crearon una banda sonora completamente nueva que reflejaba la energía y el caos de Springfield. Cada zona tenía su propio tono: desde los sonidos suburbanos de Evergreen Terrace hasta el bullicio del centro y el misticismo de los niveles finales. Las piezas instrumentales eran coloridas, cómicas y rítmicas, acompañando a la perfección cada accidente, persecución o explosión. Y, por supuesto, los efectos de sonido —los gritos de Homero, las frases de los peatones, los choques— se convirtieron en parte inseparable de su identidad sonora.

Pero más allá del humor y las referencias, este juego ocupa un lugar especial en mi memoria por razones personales. En aquellas navidades, solía jugarlo durante horas con mi hermano Fer, explorando cada rincón de Springfield y riéndonos sin parar ante las ocurrencias de los personajes. No había misión demasiado difícil ni auto demasiado caro: todo era diversión pura. Compartíamos descubrimientos, competíamos por ver quién causaba más caos, y nos quedábamos despiertos hasta tarde recorriendo la ciudad iluminada por los faros pixelados de un auto amarillo. Esos días se convirtieron en un recuerdo imborrable, una de esas memorias que no se apagan con los años.
Con el paso del tiempo, The Simpsons: Hit & Run se transformó en un juego de culto. Su humor atemporal, su fidelidad al universo original y su jugabilidad accesible lo convirtieron en un título que muchos aún reclaman ver regresar. No son pocos los que sueñan con un remake o una secuela que reviva aquella magia, y cada año, los rumores de su regreso se sienten como una pequeña chispa de esperanza en la comunidad gamer.
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Porque más allá del caos, las risas y los accidentes, Hit & Run fue algo más: una cápsula de felicidad.
Un recordatorio de que los videojuegos también pueden hacernos sentir en casa, entre familia, risas y navidad.

Y aunque los años pasen, siempre que escucho la música del menú o el rugido de un coche amarillo arrancando, vuelvo a ese momento exacto en que Fer y yo conquistábamos Springfield, una misión absurda a la vez.
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