Lo que tienes que saber
- En su sentido original, el true es quien conoce la historia, cuida la escena, apoya a las bandas y honra el género.
- El problema aparece cuando ese conocimiento se convierte en soberbia, cuando el gusto personal se transforma en tribunal, cuando el amor por el metal deriva en desprecio por los otros.
- Y esa actitud no se mide por cuántos discos raros conoces, sino por tu capacidad de pensar distinto, de no someterte, de no repetir dogmas como si fueran riffs gastados.
En cada tocada, en cada debate digital, en cada conversación de banqueta vuelve a surgir el viejo fantasma: el “true” contra el “poser”. Una guerra que, vista desde lejos, ya no parece una defensa del metal, sino una pelea por la superioridad moral dentro de una escena que nació, precisamente, para romper jerarquías. El problema no es quién escucha qué, sino quién se siente con el derecho de decidir qué vale y qué no.
Conviene decirlo claro: no todo “true” es intolerante. En su sentido original, el true es quien conoce la historia, cuida la escena, apoya a las bandas y honra el género. Ese no es el problema. El problema aparece cuando ese conocimiento se convierte en soberbia, cuando el gusto personal se transforma en tribunal, cuando el amor por el metal deriva en desprecio por los otros. Ahí ya no hablamos de un verdadero defensor del género, sino de un policía del metal.
Suscríbete a nuestro canal de WhatsApp y entérate de todas las noticias al instante
El elitismo se disfraza de tradición, de pureza, de linaje. Algunos juran que el metal debe sonar como en los ochenta, otros que solo lo extremo es auténtico, otros más que sin vinilos no hay identidad. Y así, entre reglas inventadas, se va estrechando lo que alguna vez fue un territorio de libertad. El metal, que se construyó como un grito contra el sistema, hoy a veces replica sus mismas lógicas de exclusión.
El “poser” es una figura cómoda: sirve para ridiculizar, para marcar distancia, para sentirse por encima. Pero en realidad, el poser no existe. Existe el joven que apenas descubre el género, existe quien llega por una banda popular y luego se hunde en lo subterráneo, existe quien solo quiere disfrutar sin pedir permiso. El intolerante, en cambio, sí existe. Es el que convierte la música en frontera, el que usa la distorsión como instrumento de validación social.
SIGUE LEYENDO: The Warning: la evolución del rock mexicano
La libertad de escucha no traiciona al metal; lo traiciona la cerrazón. Porque el metal no es solo una lista de reproducción, es una actitud frente al mundo. Y esa actitud no se mide por cuántos discos raros conoces, sino por tu capacidad de pensar distinto, de no someterte, de no repetir dogmas como si fueran riffs gastados.
Paradójicamente, muchos de los que hoy se autoproclaman “trues” olvidan que todas las bandas que veneran fueron, en su origen, acusadas de no ser lo suficientemente metal. Nadie nace clásico. Todo sonido fue herejía antes de ser himno.
El metal no necesita guardianes: necesita memoria, sí, pero también movimiento. Nadie es dueño del metal porque el metal nunca fue propiedad; fue refugio. Y un refugio que empieza a cerrar puertas deja de serlo. La distorsión no nació para dividir, nació para liberar.
- Portada

- Trues, posers y farsantes

- Humbe aterriza en el Auditorio Arema Explanada Pachuca con un show que desborda emociones

