Si los aranceles a diversos productos y mercados han despertado la incertidumbre alrededor del mundo, incluso para aquellos que no saben qué malditas significan en la economía global, agreguemos a ese listado que Donald Trump ha extendido su aparente guerra arancelaria a la industria del cine, en especial a aquellas películas extranjeras o que se producen en otras partes del mundo.
La semana pasada, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció en su red social, en un mensaje bastante alarmista, que había ordenado a su Departamento de Comercio y al Representante Comercial iniciar un proceso para instaurar un arancel del 100 por ciento sobre todas las películas que ingresen a su país o que sean producidas en el extranjero. Según Trump, en una especie de delirio de persecución, “la industria cinematográfica estadounidense está muriendo rápidamente”, y subrayó que otros países ofrecen todo tipo de incentivos para “alejar a nuestros cineastas y estudios de Estados Unidos. Hollywood y muchas otras zonas de EE. UU. están siendo devastadas. Este es un esfuerzo conjunto de otras naciones y, por lo tanto, una amenaza para la seguridad nacional. Es, además de todo lo demás, ¡mensajería y propaganda!”
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Señor Donald Trump, déjeme decirle que en su intento por “salvar” a la industria del cine de caer en las garras de otros países, esta medida podría resultar contraproducente. Si bien considero que el cine agoniza en Hollywood por cuestiones diferentes a las que el presidente explica, no es cerrando las puertas a los extranjeros, ni poniéndoles el pie a sus connacionales como se resuelve un problema que tiene que ver con factores internos, desde los contenidos, hasta las formas de distribución dentro y fuera del territorio estadounidense.
Hay que ser sinceros, hay una escasez de cine de autor que afecta a una industria que se la ha pasado exprimiendo sagas y conceptos como los remakes, los reboots, los spinoffs y las continuaciones de materiales que debieron terminar en su primera o tercera parte, pero claro, hay que hacer dinero y los contenidos originales rara vez pegan en las taquillas porque el otro problema es que la gente ya no va al cine como antes, y de eso hablamos en pasados textos de su gustada columna.
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Sí, el mundo del streaming ha aportado su granito de arena a esta agonía que, otra vez, nada tiene que ver con producciones de otras latitudes o países que ofrezcan mejores incentivos fiscales, pero tampoco es que le echemos toda la culpa a plataformas como Netflix; creo que este boom de los servicios de streaming se dio de una manera orgánica y con las necesidades de un mundo en plena pandemia, que solo quería olvidarse de que afuera se estaba acabando el mundo y que no se podía ir a las salas de cine como antes, claro que tenía que haber consecuencias en el público que lo tenía todo en una plataforma y en los contenidos que se hicieron durante y después del COVID-19.
Las películas extranjeras no deben ser objeto de castigo de un presidente cuya política migrante es intolerante hacia cualquiera que no haya nacido en tierras norteamericanas; ahora resulta que cintas como La chica de la aguja o Aún estoy aquí son armas mortales contra un gobierno que por sí mismo se debe considerar como una bomba de tiempo; resulta que los productores que buscan ahorrar costes para sus películas en otros países que han sabido aprovechar y explotar sus territorios como sets de grabación son culpables de terminar con una industria que ellos mismos sostienen con sus cintas.
Un dato que quizás Donald Trump no haya investigado es que la exportación de películas le deja a Estados Unidos un estimado de 22.6 mil millones de dólares (al menos el año pasado) y que los estudios cinematográficos ganan más fuera de su país que en él.
Aunque la medida está todavía en el limbo, pues no se saben las especificaciones, sí es dispararse en el pie. Mucho antes de que Trump tuviera la “brillante idea”, su guerra arancelaria ya había pegado en la industria. China, por ejemplo, anunció que, con los aranceles impuestos a sus mercados, iba a reducir la cuota de películas que recibe al año y, como esas medidas, otros países menos complacientes (México) con el país norteamericano podrían afectar todavía más a un Hollywood que lucha para volver a su época dorada. Le costará mucho más con un presidente enemigo y con medidas que afectan a quienes intentan mantener a flote las cifras.
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Datos que nadie pidió, pero igual se los voy a compartir: Avengers Doomsday, La Odisea y la continuación de Avatar son tres de las megaproducciones que esperan salvar a Hollywood, pero que no se graban en Estados Unidos, haciéndolas blanco de los aranceles que perjudicarían sus números en taquilla cada vez más impredecible.
De aplicarse los aranceles, habrá consecuencias como otra crisis en Hollywood. ¿Se acuerdan de lo que sucedió durante las huelgas de escritores y actores? Pues hagan de cuenta un escenario parecido. Sin mencionar que el cine extranjero depende mucho del éxito en la taquilla estadounidense, países en los que la industria cinematográfica aún no despega como debiera tendrían que plantear estrategias más severas. México, por ejemplo, un país en el que los presupuestos gubernamentales son para todo menos para la cultura, tendrá que impulsar, quemándose las pestañas, sus películas que desde hace mucho lidian con un público cada vez más difícil de complacer.
La recomendación: ya que estamos hablando de películas mexicanas en salas de cine, vean Un cuento de pescadores de Edgar Nito, basada en una leyenda popular del lago de Pátzcuaro, una película de terror con el sello de una producción 100 por ciento mexicana, que se vale de las historias tradicionales para encumbrar su narrativa. Y hasta aquí ¡Corte y queda!