KATHYA MORENO

Durante décadas, el turismo ha sido una de las principales fuentes de desarrollo económico para muchas regiones del mundo. Sin embargo, también ha sido una de las actividades humanas que más impacto ha causado en ecosistemas frágiles, culturas originarias y comunidades locales. Hoy, ante una crisis climática sin precedentes y un creciente sentido de responsabilidad ética, el concepto de turismo regenerativo  aparece como una luz necesaria, no solo para frenar el deterioro, sino para invertirlo.

A diferencia del turismo sostenible —que busca “no dañar”—, el turismo regenerativo propone una visión más profunda:  dejar los lugares mejor de lo que los encontramos. Esto implica una transformación en la forma en que viajamos, pero sobre todo en cómo nos relacionamos con el entorno, con las personas y con nosotros mismos.

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No se trata solo de sembrar árboles o de evitar plásticos de un solo uso, sino de integrar a las comunidades locales en la toma de decisiones, valorar sus saberes, respetar sus tiempos y asegurar que los beneficios no se queden en manos externas. Es un llamado a que el viajero deje de ser un consumidor de experiencias y se convierta en un co-creador de bienestar.

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En el caso de Hidalgo, un estado con enorme riqueza natural y cultural, el turismo regenerativo puede implementarse fortaleciendo las iniciativas comunitarias ya existentes en pueblos originarios, zonas rurales y áreas naturales protegidas. Se trata de impulsar modelos colaborativos donde las comunidades diseñen y gestionen sus propias experiencias turísticas —como caminatas interpretativas, talleres de medicina tradicional, cocina ancestral o reforestación participativa—, mientras se generan ingresos dignos y se promueve el arraigo. Lugares como la Sierra Otomí-Tepehua, la región de la Huasteca o los bosques de la Comarca Minera, tienen el potencial de convertirse en referentes nacionales si se apuesta por una visión regenerativa de largo plazo.

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En muchos destinos, especialmente en zonas rurales e indígenas de América Latina, el turismo regenerativo ya se practica sin que se le nombre así. Comunidades que organizan recorridos conscientes, rescatan prácticas agrícolas ancestrales, restauran ecosistemas y transmiten su cosmovisión al visitante con respeto y reciprocidad.

Este modelo exige una mayor conciencia por parte del turista, pero también mayor compromiso de parte del sector público y privado. No basta con vender “eco tours” si detrás hay explotación laboral o despojo territorial. La regeneración debe ser integral o no será nada.

El turismo regenerativo es, en el fondo, una invitación a viajar con propósito. A reconocer que cada paso que damos puede ser un acto de cuidado o de destrucción. Y que, si elegimos bien, podemos hacer del viaje una forma de sanar: el planeta, los territorios y nuestras propias formas de habitar el mundo.

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