Hay juegos que llegan con grandes campañas de marketing, y hay otros que llegan en silencio, como un secreto compartido entre jugadores, hasta convertirse en fenómeno; Undertale, creado por Toby Fox en 2015, pertenece a este segundo grupo. Con gráficos sencillos que recuerdan a los clásicos de 16 bits, este título independiente se transformó en una de las experiencias más conmovedoras y originales de la última década, gracias a una propuesta que desafía lo que significa jugar y sentir en un videojuego.

La premisa parece simple: un niño cae en un mundo subterráneo habitado por monstruos, y debe encontrar la manera de regresar a la superficie. Sin embargo, lo que diferencia a Undertale es la libertad que otorga al jugador: puedes derrotar a cada enemigo que encuentres o, por el contrario, elegir la vía pacifista y tratar de comprenderlos, dialogar con ellos y perdonarlos. De esa decisión nacen finales radicalmente distintos, pero sobre todo, nace un mensaje profundo: que incluso en un videojuego, la violencia no tiene que ser la única respuesta.
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La historia de Undertale está construida como un espejo para el jugador. Cada decisión que tomas revela no solo el destino del niño protagonista, sino también quién eres tú frente a la posibilidad de elegir. La llamada Ruta Pacifista es una oda a la empatía y la reconciliación, un recordatorio de que incluso los monstruos tienen motivos, dolores y sueños. La Ruta Genocida, en cambio, es un retrato incómodo del poder del jugador y de la crudeza de borrar vidas solo por hacerlo. Ambas conviven como dos caras de una misma moneda, y lo que hace a la historia tan brillante es que nunca juzga directamente: te deja sentir el peso de lo que hiciste, y vivir con ello.
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Lo que convierte a Undertale en una experiencia inolvidable no es solo su innovadora mecánica de combate, sino la enorme carga emocional de sus personajes. Sans, con su humor relajado que esconde una sabiduría melancólica; Papyrus, ingenuo y soñador, que logra ser entrañable incluso en su torpeza; Toriel, que encarna la calidez maternal en un mundo frío; Flowey, símbolo del resentimiento y la corrupción de la inocencia. Cada uno de ellos transmite algo humano, cercano, real. Y esa capacidad de hacer sentir tanto con tan poco es lo que convirtió a este juego en un fenómeno cultural.

Mención aparte merece la banda sonora, también compuesta por Toby Fox, que se ha ganado un lugar de honor entre las más queridas en la historia de los videojuegos. Lejos de ser simple acompañamiento, la música en Undertale es un personaje más: expresa lo que las palabras no pueden. Piezas como Megalovania, con su energía desbordante, se volvieron iconos instantáneos, pero son los temas más suaves, como Undertale, His Theme o Fallen Down, los que tocan fibras profundas y hacen que los momentos de ternura o de despedida se sientan imborrables. Lo fascinante es cómo cada canción está ligada a un personaje o situación específica: Bonetrousle transmite la energía caótica y optimista de Papyrus, Sans. refleja el humor seco y la calma inquietante de su dueño, mientras que Hopes and Dreams en la batalla final de la ruta pacifista es un estallido emocional que parece decirte que todo el esfuerzo valió la pena. Cada nota está colocada con intención, construyendo una narrativa sonora que guía tus emociones tanto como la historia escrita.
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Undertale es, en última instancia, un recordatorio de que no hace falta un presupuesto millonario para crear una obra maestra. Basta con una historia sincera, personajes escritos con amor, y música que se quede grabada mucho después de apagar la pantalla. Es un juego que te hace reír, llorar, te hace pensar, y que, en ocasiones, te obliga a detenerte porque te ha tocado fibras que no esperabas en un medio interactivo.
Porque al final, Undertale no es solo un videojuego: es un reflejo. Un espejo en el que te miras y descubres de qué estás hecho: empatía, rencor, paciencia o violencia. Y cuando las últimas notas suenan, cuando la pantalla se apaga y el viaje termina, entiendes que no se trataba de derrotar monstruos ni de salvar mundos, sino de enfrentarte a ti mismo. Pocos juegos tienen ese poder. Pocos juegos pueden decir que, después de terminarlos, no vuelves a ser exactamente la misma persona. Undertale lo logra. Y en esa hazaña silenciosa, en esa cicatriz invisible que deja en el alma, se convierte en una de las experiencias más épicas y humanas que ha dado el medio.
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