Lo que tienes que saber
- No diré su nombre por respeto y protección, pero sí puedo decir que su voz tenía la fuerza de quien ha aprendido a seguir caminando incluso con el mundo roto entre las manos.
- De cómo hemos permitido que miles de mujeres en México y en Hidalgo, se conviertan en investigadoras, rastreadoras, defensoras, psicólogas, estrategas… roles que jamás eligieron, pero que abrazaron porque nadie más lo hizo.
- Que esta columna sea una rendija por donde entre un poco de luz hacia quienes buscan sin descanso, y que también sirva para recordarnos que la educación no está completa si no forma sensibilidad, empatía y responsabilidad frente al dolor ajeno.
Hay conversaciones que se quedan en la piel. Hace unos días, mientras investigaba el tema que originó esta columna, tuve la oportunidad de escuchar a una madre buscadora de Hidalgo. No diré su nombre por respeto y protección, pero sí puedo decir que su voz tenía la fuerza de quien ha aprendido a seguir caminando incluso con el mundo roto entre las manos.
En Hidalgo, según el registro más reciente de 2025, 1,189 personas siguen desaparecidas o no localizadas. Y aunque estas cifras suelen pasar de largo entre titulares políticos y discusiones públicas, para estas mujeres cada número es un hijo, una hija, un rostro que la memoria no permite soltar.
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Ella me dijo en voz baja, como quien entrega un fragmento de su alma:
“Yo conocí la palabra buscar cuando perdí la palabra hogar.”
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Esa frase me atravesó, y no únicamente por su dolor, sino por lo que revela de nosotras como sociedad. De cómo hemos permitido que miles de mujeres en México y en Hidalgo, se conviertan en investigadoras, rastreadoras, defensoras, psicólogas, estrategas… roles que jamás eligieron, pero que abrazaron porque nadie más lo hizo.
Ademas, el último informe difundido este año señala que el 97 % de las mujeres que integran colectivos de búsqueda ha sufrido violencia, ya sea intimidación, amenazas, vigilancia o agresiones mientras realizan su labor. Algunas han sido perseguidas, otras han sido silenciadas desde instituciones que deberían protegerlas, no vigilarlas.
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Y aun así, nos continúan enseñando…
Porque sin proponérselo, las madres buscadoras se han vuelto maestras de resistencia, pedagogas involuntarias de un país que todavía no quiere aprender. Sus pasos son lecciones que trascienden las aulas; sus búsquedas, capítulos que deberían formar parte de la educación cívica que tanto nos falta.
En un estado donde este año presumimos hablar de aprendizajes, evaluaciones y planes de estudio, resulta imposible ignorar la otra educación, esa que no está en los libros. La que se escribe en las carreteras, en los lotes baldíos, en las oficinas donde entregan carpetas llenas de polvo.
La escuela enseña teoría, pero ellas enseñan a no olvidar.
La escuela enseña definiciones, pero ellas enseñan dignidad.
La escuela enseña historia, pero ellas escriben memoria con sus manos.
Me lo dijo también esta madre, con una calma que dolía:
“Nosotras educamos a México sin gritar. Lo educamos buscando.”
Y tiene razón, porque en Hidalgo, mientras las aulas intentan formar ciudadanos, estas mujeres están formando conciencia. Mientras la escuela enseña matemáticas, ellas enseñan humanidad. Mientras se revisan programas educativos, ellas nos recuerdan que no hay aprendizaje más urgente que el respeto por la vida.
Su lucha también educa.
Su resistencia ilumina.
Su dolor transforma.
La escritora Alejandra Pizarnik escribió alguna vez que “la memoria es un territorio que arde”. Y hoy entiendo por qué; porque la memoria de estas mujeres no se apaga, no se rinde, no negocia. Arde para que otras no desaparezcan, arde porque ellas saben que el olvido es otra forma de muerte.
Que esta columna sea una rendija por donde entre un poco de luz hacia quienes buscan sin descanso, y que también sirva para recordarnos que la educación no está completa si no forma sensibilidad, empatía y responsabilidad frente al dolor ajeno.
Y que, aunque sus voces no siempre aparezcan en los periódicos ni en los discursos oficiales, ellas siguen aquí, enseñándonos una lección que debería formar parte de cualquier plan de estudios:
La dignidad no se extravía y la memoria no se abandona.
Porque mientras haya una mujer que busque, este país seguirá aprendiendo a no olvidar.
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