Columna Aída Suárez

Silvia le dio un sorbo a su café caliente y sonrió al recordar. Se acomodó en la silla de la cafetería donde se desarrolló la entrevista y contó lo sucedido:

“Al entrar a una iglesia para pedir consejo, el sacerdote entregó a mi esposo una estampita de la Virgen de Guadalupe que traía al reverso una oración; le pidió que la rezara tres días seguidos. Rogelio siguió las instrucciones al pie de la letra y, al cuarto día, encontró trabajo. Veinte años han pasado y con ellos han crecido las oportunidades. Mi esposo es ingeniero civil, viajó hacia Estados Unidos luego de terminar una obra de construcción en la frontera, en Rosarito; lo hizo porque vio una oportunidad… total, no perdía nada. Y así se dio una vuelta por Los Ángeles y se quedó en California.

En Estados Unidos, Rogelio tuvo la buena estrella de ser recomendado por alguien a quien escasamente conocía, y que incluso le facilitó 50 dólares para que se trasladara al despacho donde podría ser contratado. Seis meses después, ya estaba independizándose.

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Nunca entró a USA como indocumentado, siempre como turista. Para trabajar allá tuvo que hacer trámites y solicitar licencia de funcionamiento para abrir su propio despacho, que crecía poco a poco. Ahí, en un lugar especial, colocaron la estampita que le permitió conseguir trabajo, quedarse en Estados Unidos y cambiarle así la vida a su familia.

Silvia y Rogelio vivieron separados por varios años. Hicieron dos equipos: el con su hijo varón en EEUU; ella con sus tres hijas en México. Silvia se adaptó a la situación y visitó a su esposo en varias ocasiones. Fue enviando a sus hijas una por una, conforme avanzaran sus estudios. Al final, ella también emigró. Es presidenta de la Federación de Hidalguenses en California que presta servicios comunitarios.

La vocación migratoria de la familia de Silvia tiene antecedentes remotos. Todos: el matrimonio y los hijos, son originarios de Apan, Hidalgo, donde vivieron por algún tiempo, pero también se avecinaron por varios años en la ciudad de Puebla. Allá residían cuando Silvia guió los estudios que sus hijas realizaron en escuelas particulares. Estudiaron en la UDLA y en Colegio francés.

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Silvia se muestra complacida, orgullosa de la familia que ha creado y habla de todo lo que ha logrado junto con su esposo Rogelio; él en California y ella en constante viaje. Ambos son residentes sin problemas con la migra.

Ahora también han creado una empresa de productos de limpieza, en Apan y poco a poco crece incluso con la creación de fuentes de empleo. Son para el mercado interior y exterior. Ha tenido distintas etapas, pero va bien.

Silvia y Rogelio construyeron una familia que ha vivido el privilegio de conocer otros países, otras culturas. Ahora recuerdan con mucho entusiasmo la estampita de la Virgen de Guadalupe que recibieron por primera vez.

Un relato de familias de migrantes, ahora internacional

Twitter@AidaSuarezCh

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