Shareny Muñoz

What To Know

  • En México, y de manera particular en Hidalgo, las citas de la Secretaría de Salud revelan que más de 11,000 personas han buscado atención en el último año por depresión y ansiedad, y lastimosamente las mujeres concentramos más del 80% de estos casos, recordándonos así, que cuidar de nuestra salud mental no es un lujo, sino un acto de coraje y amor propio.
  • Necesitamos programas que enseñen a respirar frente al estrés y a reconocer nuestras emociones, salones de clase en donde nos alienten a sostenernos unos a otros en la dificultad.
  • En México, en Hidalgo y en cada espacio donde la educación se respira, hagamos de la salud mental un cuidado cotidiano, un poema que se escribe con abrazos sinceros y con escucha atenta, dedicada a acompañar y proteger el bienestar emocional.

Este octubre se viste de conciencia y nos susurra al oído que nuestra mente también merece cuidado y atención.

En el marco del Día Mundial de la Salud Mental, una fecha que nos invita a mirar hacia adentro y a escuchar los silencios propios, así como los ecos emocionales de quienes nos rodean, emergen cifras que reclaman nuestra mirada atenta. En México, y de manera particular en Hidalgo, las citas de la Secretaría de Salud revelan que más de 11,000 personas han buscado atención en el último año por depresión y ansiedad, y lastimosamente las mujeres concentramos más del 80% de estos casos, recordándonos así, que cuidar de nuestra salud mental no es un lujo, sino un acto de coraje y amor propio.

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Estos números no son estadísticas frías; son historias de vidas que claman por comprensión, por espacios donde puedan respirar, donde puedan sentirse vistas y acompañadas. En la educación, estas cifras son un recordatorio de que nuestras escuelas y aulas deben ser refugios que nutran tanto el conocimiento como la salud emocional. La educación, en su forma más alta, debe ser un abrazo constante: un lugar donde aprender que llorar no es debilidad, que pedir ayuda es valentía, que la ansiedad no define nuestro valor y que compartir la tristeza la hace más ligera.

Como escribió Audre Lorde, cuidarse a sí misma no es indulgencia; es preservación, un acto de fuerza y resistencia. Llevar esta idea a cada rincón de nuestras escuelas significa tejer un espacio donde la empatía, la resiliencia y el amor propio se enseñen con la misma pasión que las letras y los números. Cada aula puede ser un jardín donde palabras amables, escuchas sinceras y gestos de apoyo broten en la mente y en el corazón de quienes aprenden.

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Necesitamos programas que enseñen a respirar frente al estrés y a reconocer nuestras emociones, salones de clase en donde nos alienten a sostenernos unos a otros en la dificultad. La salud mental no es un lujo, es el cimiento desde el que se debe construir un futuro humano, consciente y lleno de esperanza.

El camino hacia una educación emocionalmente sana exige sin duda un compromiso colectivo; autoridades que diseñen políticas sensibles, docentes que acompañen con mirada atenta, familias que escuchen sin juzgar y estudiantes que se apoyen entre sí. Derribar estigmas, abrir diálogos y tejer redes de apoyo es, en sí mismo, un acto revolucionario; cuidar la mente es cuidar la vida.

Ojalá estemos cercanos al momento en que cada gesto de cuidado se transforme en semilla. Que cada conversación amable, cada espacio seguro y cada palabra de comprensión se conviertan en un acto de luz. Porque, como bien señala la psicóloga y poeta Clarissa Pinkola Estés: “El alma sana cuando encuentra un oído que la escucha y un corazón que la comprende”.

Cuidar la mente es, al final, cuidar el futuro; es sembrar en niñas, niños y jóvenes la certeza de que su valor no depende de la perfección ni del rendimiento, sino de ser quienes son, con todas sus emociones y sueños. Es recordar que la educación no solo enseña letras y números, sino que forma seres completos, capaces de transformar su entorno con empatía y amor.

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En México, en Hidalgo y en cada espacio donde la educación se respira, hagamos de la salud mental un cuidado cotidiano, un poema que se escribe con abrazos sinceros y con escucha atenta, dedicada a acompañar y proteger el bienestar emocional. Solo así florecerá un futuro donde la esperanza, el bienestar y la libertad de ser plenamente se expandan sin miedo, sin silencios y con alas abiertas.

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