Ya hemos dicho en más de una ocasión que parte fundamental de una buena película es su fotografía, cuando el cinematógrafo logra poner a la par de los actores y la historia, al escenario donde se desarrollan los hechos, esa cinta tiene las de ganar.
A nivel mundial, la cinematografía mexicana ha puesto condimento a grandes películas extranjeras, Martin Scorsese por ejemplo, adora trabajar con la lente de Rodrigo Prieto; también está el multioscarizado Emmanuel “Chivo” Lubeski, con su ojo visionario en películas de Tim Burton, Terrence Malick y los hermanos Coen.
Pero ¿qué pasa con las cintas mexicanas?, ¿hay obras visualmente espectaculares como para entrar en la categorías de obras de arte? Sí, la belleza de México y las lentes de grandes cinematógrafos han hecho que en más de una ocasión nos quedemos con el ojo cuadrado.
En una entrega más de este serial que hace un homenaje a nuestro cine mexicano, toca esta semana ver esas películas que, visualmente hablando, son un verdadero espectáculo.
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Macario
Uno puede adivinar por qué Macario sorprendió al mundo entero, al grado que los Oscar le dieran una nominación como mejor cinta extranjera y Cannes se rindiera ante ella; Roberto Gavaldón supo combinar de manera acertada un argumento que mezclaba lo sobrenatural con la sociedad de ese momento, con los paisajes del México de 1960 adaptados a la época en la que la Santa Inquisición todavía sembraba el miedo.
Con Gabriel Figueroa detrás de la lente, Macario logra captar la majestuosidad de escenarios como las grutas de Cacahuamilpa, Taxco de Alarcón en Guerrero y hasta Zempoala.
María Candelaria
En 1943, Dolores del Río y Pedro Armendáriz inmortalizaban un clásico del cine nacional: María Candelaria de otro ícono, Emilio “El Indio” Fernández, lo especial de la cinta no es solo una historia cruda que consolidara a Dolores del Río en México como una primera actriz (a pesar de ya tener carrera en Hollywood), sino la lente de Gabriel Figueroa, que aprovechó muy bien el set que armó Manolo Fontanals, en el colorido Xochimilco.
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Cronos
Dentro de los pininos de Guillermo del Toro en el cine de terror o de fantasía, está su ópera prima La invención de Cronos o simplemente Cronos, el mito del vampiro (sin caer del todo en el mundo de Drácula) contado con la idea de la vida eterna como premisa y otros elementos propios de los mundos que después desarrollaría del Toro.
El plus de la cinta, la fotografía de uno de los favoritos de Guillermo al trabajar: si tocayo Guillermo Navarro, quien combinó el misticismo de la perspectiva vampírica del jalicience con algunos conceptos religiosos y una pizca de sangre.
Como agua para chocolate
Soy una gran creyente de que la mejor gastronomía del mundo es la mexicana y dentro de esa ola llamada “Nuevo cine mexicano”, hay una cinta que lo capta de manera clara y sabrosa, me refiero a Como agua para chocolate, adaptación homónima del libro de Laura Esquivel.
La cinta de 1992 estuvo dirigida por Alfonso Arau y la fotografía fue del genio “Chivo” Lubeski, misma que muestra dos cosas de manera impecable: el realismo mágico de un México en tiempos de la Revolución y la comida que Tita prepara con su estado de ánimo y que, de manera curiosa, contagia a quienes prueban sus platillos; y aunque digan que la adaptación cae en convertirse en una telenovela, hoy por hoy es una joya de nuestro cine con una protagonista especial.
Como estas películas hay más que por su cinematografía, tienen un lugar en la historia de nuestro cine, ese que vale oro ¡Que viva México! ¡Que viva su cine! Y hasta aquí, ¡Corte y queda!
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