Dinorath Mota

La vida de Elizabeth Quintanar bien podría formar parte de una película romántica: el amor de su vida le pidió matrimonio tres veces antes de que ella dijera “sí”. Pero su corazón no solo tuvo que decidir entre aceptar o no, también entre dos grandes pasiones: el periodismo y el turismo. Y aunque ha vivido momentos felices, las lágrimas no han faltado, especialmente al recordar a su padre, quien dejó una huella imborrable en su vida.

Elizabeth Quintanar. Foto: Especial

Liz, con su eterna sonrisa, también conoce de miedos e inseguridades. Rememora aquellos años en que conoció a su ahora esposo, el chef David Castillo, 10 años menor que ella. La primera vez que él le propuso matrimonio, ella dijo “no”. La segunda ocasión, mientras buceaban bajo el mar, él sacó el anillo, pero la respuesta fue la misma.

La tercera fue en un yate en Cabo San Lucas, con jazz, velas y vino como telón de fondo. Esta vez, ante la pregunta: “¿Quieres pasar el resto de tu vida conmigo?”, ella finalmente aceptó. Así comenzaron su vida juntos, marcada por 20 años de matrimonio feliz, un hijo y un esposo que son su ancla y su motor.

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La cuarta de cinco hermanos, Liz guarda una frustración: mientras sus hermanos siguieron el negocio familiar de la imprenta, ella soñaba con ser periodista. En 1999, su padre no tenía los medios para enviarla a la Ciudad de México, y la alternativa fue que estudiara trabajo social, una profesión que nunca la apasionó. Con el tiempo, su padre la alentó a estudiar, y fue entonces cuando encontró su verdadera vocación: el turismo.

Las lágrimas brotan al recordar a su padre, Don Jesús, quien falleció hace siete meses. Él fue la persona que más influyó en su vida, inculcándole el amor por las tradiciones y por Hidalgo, sin saber que estaba trazando el camino que ella seguiría.

El éxito también trajo sacrificios. Confiesa que su esposo, David, siempre quiso una familia numerosa. Él, siendo hijo único, soñaba con tener al menos seis hijos. Sin embargo, Liz, entregada a su carrera en el turismo, sabía que si solo tenían uno, podría perseguir sus sueños profesionales. Aunque no se arrepiente, admite que le duele no haber podido cumplir ese sueño familiar.

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El éxito, como el turismo, la ha acompañado a lo largo de su carrera. Recuerda el día en que el gobernador la invitó a ser la secretaria de Turismo: en una breve reunión, él le preguntó cómo estaba y si estaría mejor como secretaria de Turismo.

Ese día, los años de trato y sacrificio se vieron recompensados. Para Liz, no se trata solo del cargo, sino de utilizar su posición para ayudar a quienes más lo necesitan. Y de eso, tiene fe y pruebas.

Recuerda no te pierdas el próximo retrato cuando las puertas de la oficina se cierran y las de la casa se abren.

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